la tribuna

José Rosado Ruiz

Génesis de un 'suspirador' del suicidio

LA sociedad actual, complicada, competitiva, difícil y estresante, condiciona, en muchas personas, una dificultad de adaptación que le hace vivir con inquietudes promotoras de miedos, temores y angustias; y en la búsqueda de soluciones, la droga aparece como un instrumento terapéutico, ya que ofrece de manera rápida, fácil y sin esfuerzo personal, una cancelación del contacto con una realidad que se vive como amenazante y agresiva y abre una puerta al descanso; disminuye los niveles de ansiedad e inseguridad e hipoteca los problemas, creando un estado de conciencia de desinhibición que relativiza y clausura experiencias desagradables. Es un paréntesis gratificante que deja marcado neurológicamente una querencia intencionada para repetir la experiencia cuando la ocasión se presente. Sólo después de un tiempo de consumo, y de manera gradual, es cuando la salud se deteriora, el dinero disminuye y las complicaciones son claramente superiores a las gratificaciones. La droga no le ha solucionado ningún problema, ha agudizado los que tenía, resucitado los antiguos, activado los latentes y creado los inexistentes. En esta dinámica, la persona llega a una situación límite y admitiendo su fracaso, decide abandonar el consumo y pide ayuda.

Pero el cerebro, que es el escenario donde se desarrolla la historia, ha quedado con heridas muy selectivas: los neurotransmisores dañados le condicionan un deterioro de la secuencia lógica de los pensamientos que dirigen sus reacciones emocionales; el sistema de recompensa cerebral se encuentra con sus capacidades disminuidas, por lo que la afectividad, que es lo que sustenta la calidad de vida, se encuentra tocada; la corteza frontal, sede de las funciones ejecutivas del cerebro, entre ellas la de la censura interna y que impide actuaciones peligrosamente impulsivas para la supervivencia, también está afectada, e incluso el sistema de información cerebral, contaminado por la droga que actúa a la manera de un virus informático, determina una cierta confusión mental. Actualmente, las neurociencias nos informan de las funciones de una estructura cerebral que se encuentra en lo profundo del cerebro y que, conectando los hemisferios cerebrales derecho e izquierdo, asegura una coordinación e integración funcional de ambos y hace posible la conciencia diferenciada del yo o conciencia de sí mismo como persona individual, única e irrepetible: es el denominado cuerpo calloso. Pues bien, este cuerpo calloso se encuentra significativamente disminuido de tamaño.

En resumen, las disfunciones de los neurotransmisores (serotonina, dopamina, noradrenalina...) garantizan la presencia de depresiones, apatías, desesperanzas, desorientaciones y vacíos existenciales; la afectación del sistema de recompensa cerebral recorta de manera dramática la posibilidad de disfrutar de sensaciones gratificantes, siendo el pesimismo un síntoma rutinario, y el deterioro del cuerpo calloso condiciona una independencia de los hemisferios cerebrales, con lo que pierden armonía, integridad y coordinación y la persona parece que funciona como si tuviera dos cerebros incompletos e incluso antagónicos que justifican una doble personalidad.

La clínica es evidente: la persona se nos presenta ausente del presente, rumiadora negativa del pasado y un futuro en que las sombras no dejan ver la luz, por lo que viven en una singular eutanasia psicológica. Comprueba dolorosamente que no le importa a casi nadie y la indiferencia de los que le rodean es la más evidente y cruel señal: tienen la percepción de sentirse abandonados y su vida se encuentra plana. Tiene pocas razones para vivir y abandonar el cuerpo lo empieza a considerar como una liberación, que es una perversa manera de autolisis virtual. El cerebro, como director de orquesta, se encuentra bioquímicamente esclavizado y esto decide una pérdida de su autonomía y en la organización de sus pensamientos y sentimientos; y unos razonamientos sometidos a una visceralidad impulsiva. Este cuadro neurobiológico y clínico argumenta una conducta suicida... o un suspirador del suicidio.

Por supuesto que todo esto necesita muchas matizaciones, pues no hay enfermedades sino enfermos, pero cuando esa persona, pidiendo auxilio a la esperanza, solicita ayuda a los profesionales, tenemos que valorar que, en cualquier abordaje terapéutico, dejar el consumo, objetivo no difícil, se considera necesario pero en absoluto suficiente, pues la verdadera meta se encuentra en la recuperación funcional del cerebro que abre el camino para crear un nuevo cerebro con un contenido que, desplazando a las motivaciones de la droga, se consolide con los objetivos argumentados y llenos de esperanzas con los que la persona quiere alcanzar una nueva forma de vida: conociendo hacia dónde quiere dirigirse, todos los vientos le serán favorables. El reto no es fácil, pero sí especialmente gratificante para enfermo y terapeuta, y sólo necesita tiempo, persistencia, trabajo... y suerte.

¡Con lo fácil que es la prevención! Y es que siempre es más eficaz y menos complicado evitar el peligro que salir de él.

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