La tribuna

José Rosado Ruiz

Cottologengo, Iglesia Católica y drogas

ACTUALMENTE tenemos en nuestra provincia, una red de atención a las drogodependencias, coordinada con el plan andaluz, que con los recursos públicos acreditados, subvencionados y concertados, se valoran a un nivel no inferior a los que existen en cualquier lugar de la Comunidad Europea. Pero este presente se puede valorar dignamente si miramos hacia atrás. A finales de la década de los 70 y hasta 1986, en que se crearon los centros provinciales de drogodependencias, se vivieron unos años en que la droga llegaba de manera sistemática a nuestra Costa del Sol, y los enfermos se hacían presentes en una sociedad en la que no existían recursos; no se sabía qué hacer con ellos, ni cómo, ni cuándo, y evidentemente el dónde.

Todo el tema era un gran interrogante. Con parva ciencia y muchas ganas, se intentaba ofrecer respuestas por un grupo de voluntarios, hasta que nos llegó un enfermo enganchado a la heroína pinchada y marcado por unos meses de total abandono; no tenía amigos, familiares o conocidos y, ¿dónde ingresarlo para su cuidado y tratamiento? Se acudió al Cottolengo (Institución Benéfica del Sagrado Corazón) de las playas de San Andrés (perdón hermanas Sabina, Begoña e Isabel por este arañazo a vuestra humildad, pero es la única y excepcional cita que se hace por exigencia de una referencia histórica) donde fue acogido (1977): el recibimiento, la comprensión de las hermanas y los internos, el reconocimiento como persona que le hicieron y el cariño con el que se sintió rodeado, con unos brazos abiertos hasta descoyuntarse, determinaron que el tratamiento para su mono fuera un éxito: la demostración de que donde no llega la ciencia, llega el corazón se nos hizo evidente e iluminó una perspectiva todavía no refutada: el problema no está en las drogas, sino en las personas, y son ellas el escenario en el que se debe trabajar. Desde entonces este recurso lo hemos utilizado de manera esporádica y puntual para informar a las familias de los enfermos de la droga, hacer actividades de prevención en el barrio (El Bulto) y prescribir algunos tratamientos de desintoxicación ambulatoria, aunque sus objetivos principales eran la acogida de enfermos desahuciados y con graves dificultades para ser atendidos en su núcleo familiar; por esta razón buscamos otros lugares más idóneos. Como anécdota, que se repitió en muchas ocasiones, el despacho del rector del Seminario Diocesano (Salvador Montes, años 1983, 84, 85) se utilizó como lugar de consulta, con el entusiasmo de los seminaristas y la implicación, dentro de sus posibilidades, de algunos de ellos, y que posteriormente ya ordenados, promocionaron actividades preventivas y terapéuticas. Igual ocurrió con la utilización de la habitación del capellán del Hospital Materno Infantil (Fernando Carapeto) para atender a estos enfermos en los días de guardia. Con cierto respeto y algo de temor, acudimos a algunas iglesias para que nos dejaran los salones parroquiales, dos días a la semana, para las terapias familiares e individuales; desapareció toda clase de inquietud, cuando el párroco con énfasis nos facilitaba todo, y nos preguntaba con "exigencia de servicio", y con el "¿qué más puedo hacer yo?". En poco tiempo, lo que nos faltaban eran personas en el equipo, que estaba formado por 6 voluntarios y 2 monjas sin uniforme. En la parroquia de San Gabriel se inició el primer programa andaluz de metadona (1982), y ahí tenemos al cura (Miguel) explicando, toreando y calmando a algunos feligreses, que simplemente participaban de la opinión social peyorativa de estos enfermos. En esos años las parroquias de Santo Domingo (Antonio Ramírez), Santa Mª de la Victoria (Benigno) y La Amargura (José Piña), fueron referencias para escuelas de padres de la droga, lugares de asistencia y también de ayuda económica, alimentos y ropas.

También existen unas monjas que se llaman de clausura, ésas que están encerradas detrás de unas rejas. Apenas dan señales de vida, están como a escondidas de la sociedad, solo se dedican a rezar y mantienen un silencio terapéutico y la Iglesia afirma que no son necesarias, sino insustituibles, ya que a manera de una vigorosa oxigenoterapia, purifican el aire de toda la cristiandad. Pues bueno, a ellas acuden como fuente de esperanzas muchas madres para que "pidan por mi hijo, porque ya no sé qué hacer con él, y yo cuando voy a verlas siempre me consuelan, me animan y me dicen ¡tantas cosas bonitas!": realizan un auténtica y eficaz terapia.

El Cottolengo, como un recurso más de la Iglesia, cumple una función de singular importancia y esta información pretende que se unifiquen todas las posibilidades para que de alguna manera, siga prestando un servicio muy específico para lo más necesitados que son los últimos de la fila, porque aunque "Dios nos da las nueces, nosotros tenemos que cascarlas".

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