La tribuna

Carlos Hernández Pezzi

El eclipse del mago Houdini

Alas políticas locales de Málaga les conviene una crítica de este bienio municipal, pese a que nadie se atreve a posicionarse ante los graves problemas de la ciudad sin mencionar la crisis que vivimos. Deuda y paro de Málaga son de los más graves del país en términos de comparación con otras ciudades. Incluso algunos que, tan evidentes que claman por su exagerada mala gestión en estos dos años.

A pesar de que coexisten varios tabúes: Málaga es la ciudad más cara en cultura por habitante. Casi todos los proyectos culturales que tiene están hiper-patrocinados / hipertrofiados con generosos despilfarros en sedes, edificios, (Astoria, Tabacalera, Museo del Automóvil, Carmen Thyssen, etcétera), muchos proyectos fallidos, dislocadas subvenciones a fondo perdido.

Málaga resulta ser la ciudad más cara por turismo, porque todo el esfuerzo que se hace en la industria del turismo no permite siquiera reducir la tasa de desempleo en las temporadas altas. El turismo se cree la gallina de los huevos de oro, pero deja mucha morralla: como en producción cultural y de servicios avanzados, la visión turística es anticuada y cuantitativa, es extensiva, poco productiva.

En urbanismo, esta ciudad lleva varios años inoperante. Los convenios urbanísticos aplazaron el urbanismo a 2018, gracias a la avaricia con que se hicieron. Salvo el proyecto del Soho que paga la UE no hay iniciativas urbanas de interés que no sean mera propaganda, como las de la nueva centralidad de la térmica, las manzanas verdes, el Guadalmedina, (sic), la renovación urbana y la ampliación pendiente del centro son entelequias sin programa ni plan alguno; salvo la del terco agravio, no hay ideas.

En Medio Ambiente la gestión es de mantenimiento, como en los llamados servicios operativos, manifiestamente paternalista y limitada al vecino considerado como cliente de intereses privados y no como ciudadano sujeto de servicios públicos de calidad.

Una prueba de mala gestión es la descoordinación que ha permitido emerger los chiringuitos de La Malagueta en 2012, destrozando su paisaje para siempre. Se aprueban -con todos los controles- unos edificios que son irreversibles en una playa recuperada hace poco. Nadie es responsable.

A estas alturas cuando el ocaso del PP empieza a clamar en las encuestas, De la Torre cree seguir poder haciendo magia, desde las listas, las personas o las compras. Los grandes proyectos se transforman en problemas sin solución. Desde las áreas de gobierno el alcalde no ha conseguido desanudar ninguno de los asuntos que tan concienzuda como irresponsablemente ató entre 2007 y 2011. El Metro, el centro y los Distritos, Arraijanal, las Torres, el Cubo del Puerto siguen en el limbo de la atadura gourmet pintorescas calificaciones, declaraciones y retro-progresos, a la espera de que la oposición encuentre un flanco para hacerle mella en sus escapismos de farándula circense. Y se enganche.

Las políticas urbanas son desordenadas y obsoletas, salvo la retórica de la smart city. Vivimos en la deuda y cargados de desempleo, pobreza, falta de gestión municipal y ausencia de proyectos, en tanto florecen chiringuitos festivos de propaganda, noches en blanco. Se funde la estulticia con la inteligencia en una amalgama, en que casi siempre, pierde Málaga,

En este modelo escapista su alcalde se parece al mago Houdini: hace magia de la legislatura perdida. Parcela la estructura de la gestión municipal en organismos autónomos y se hace portavoz y víctima de los mismos enredos que él provoca. Si sale es dejando a la ciudad en la estacada.

El último vaivén, en los Baños del Carmen, muestra su incapacidad de gestión y la de su equipo, parcelado en áreas inconexas, independientes, solo vinculadas al gabinete de Alcaldía, por sus asesores de confianza. Primero echó las culpas a otros; luego voceó que lo arreglaría en meses, después de no exigir nada a nadie, anunció medidas contra los concesionarios que ya le habían presentado una propuesta. Tras orillar el diálogo, deja todo empantanado, se ata a confrontar el truco-trato y no deja a nadie gestionar. El alcalde-mago no es dueño de sus movimientos. Los disfraza, sí, porque, -en apariencia ata lo que desata y nunca desata lo que antes dejó bien atado-. No puede zafarse de las ligaduras que él mismo se impuso, ya que disfruta de su talento para el escapismo ha convertido al alcalde en un actor que sólo brilla si consigue al final quitarse las esposas que él mismo se pone. Un espectáculo en vivo y en directo. Hasta que se quede atado.

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