La tribuna

josé Rosado Ruiz

¿Policía local terapéutica?

LA creación y puesta en funcionamiento del CPD (Centro Provincial de Drogodependencia ) en Málaga, Julio de 1986, fue la respuesta a una situación de alarma social provocada por el aumento progresivo y rápido del consumo de heroína intravenosa en nuestros jóvenes y sus consecuencias sobre la convivencia. La labor asistencial nos hipotecaba toda la jornada laboral, por lo que nos vimos obligados a valorar, robando tiempo a los tratamientos que se acumulaban, el iniciar programas de información dirigido a centros sanitarios, escuelas, asociaciones de vecinos y de padres, líderes de opinión, sindicatos, colectivos de profesionales, etc., y aprovechar los medios de comunicación social para, no con opiniones sino con verdades científicas y objetivas, intentar anular la ignorancia como factor de riesgo importante en el inicio de la enfermedad. Claro que una persona informada no es garantía absoluta de evitar el consumo, pero si puede decidir su consumo desde la libertad del conocimiento de causa y no desde la esclavitud de la ignorancia. Y es que conocer una enfermedad es entenderla y comprenderla, y entonces es más fácil alejarse de juicios y críticas, en las que se pierde mucho tiempo, y se tiene la oportunidad de buscar y aportar soluciones. Desde luego el objetivo principal era y sigue siendo, consolidar una prevención primaria, que es el único tratamiento eficaz y eficiente.

En esta dinámica llegamos a impartir (1987-88), amparados por los ayuntamientos, cursos a 16 pueblos, con una presencia a veces testimonial de los vecinos, pero sistemáticamente con la participación de la policía local (los municipales ). Su presencia, de manera personal, me llenaba de alegría, pues en mis años de médico de pueblo APD ( asistencia pública domiciliaria), esos municipales fueron compañeros especiales: me buscaba en el pueblo ante una urgencia e incluso por el campo si había salido a hacer una visita, se hacían presentes rápidamente en los accidentes, y se convertían en enfermeros siempre dispuestos a acompañarme en el traslado de un enfermo, recoger un medicamento en la farmacia, informar a la familia, consolar al accidentado, etc. Servían para un cosío y un descosío y de manera singular aliviaban mi soledad y me fortalecían con su disponibilidad.

Con estos antecedentes, la idea de aprovechar este recurso se fortaleció ante la necesidad de una colaboración que es más amplia que una función legal o de orden social, pues la policía local, en su rutina laboral diaria se encuentra a nivel de calle y en contacto directo con las personas, que se traduce en una cercanía muy especial que siempre implica un sentimiento que impulsa a explicar los problemas con la percepción de ser escuchados sin indiferencia y con la esperanza de ser orientados en sus posibles soluciones. Como mantienen una valoración positiva en el conjunto de la sociedad, con una imagen limpia, genera que las gentes les tengan confianza, lo que les confiere una autoridad moral, derivada también de su actitud de servicio, y una autoridad humana por la percepción y seguridad que tienen las personas de recibir ayuda: son las condiciones más esenciales para ser figuras terapéuticas. Y es que nadie puede imaginar, desde esta posición, el poder curativo de una palabra de aliento y esperanza, ya que gozando per se de la potencialidad de despertar y motivar ilusiones y esperanzas argumentadas, actúan como desencadenantes para transformar a una persona; escuchar , aconsejar y orientar son instrumentos de sanación, y desde luego, perfectamente compatible con el cumplimiento de su labor sancionadora ante una infracción de la ley, y por ejemplo, cuando sucede un accidente por conducción con alcoholemia alta, es cuando tiene la oportunidad de esa labor informativa que, complementando la legal, es un factor, a veces decisivo, preventivo y curativo. Tengo registrados anécdotas que conforman un nutrido florilegio y que evidencia la labor espectacularmente terapéutica de policías/personas, cuando en situaciones traumáticas, tienden la mano de ayuda a las personas que esperan y necesitan ser ayudadas. Muchas de estas actuaciones se quedan en familia precisamente porque el bien no hace ruido, pero la lista de héroes anónimos no es estrecha en este colectivo.

El policía local, con las anteriores características, es una necesidad y un lujo del que la sociedad no puede prescindir en el problema de las drogodependencias. Es en el ejercicio de su deber cuando, marcando la ayuda, tiene la suerte y la ocasión de alcanzar la máxima dignidad de una profesión que no es un oficio sino una vocación que ofreciendo sentido existencial también lo engrandece como persona.

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