el prisma

sebastián Sánchez

La política del 'mocito feliz'

Todos los políticos tienen algo de 'mocito' en la medida en que pocos son los que desperdician la ocasión de asomarse al foco La comparación con este personaje es más un halago que un insulto

MALDITA la gracia que la hará al mocito feliz que empleen su peculiar personaje para ilustrar el afán desmesurado de ciertos políticos por la salir en la foto. La suya no es tarea sencilla. Estar justo en el lugar indicado en el momento indicado es más de sabios que de oportunistas. Siempre con el mismo rostro, llueva o nieve, todo video o instantánea que se precie debe incorporar entre sus elementos el siempre reconocible semblante de alguien que, por méritos propios, ha acabado convirtiéndose en un perfil más de los medios del cotilleo. Casi pudiera decirse que ni la tonadillera de turno ni el novillero venido a menos tendrían el protagonismo que tienen si no fuese porque a su lado, de manera inseparable, emerge casi por sorpresa el mocito.

Todos los políticos tienen algo de mocito. Todos los que se precien de serlo. A estas alturas de la película, los que están desgastados son aquellos que asumen tan sensible oficio con la seriedad propia del que desarrolla su trabajo sin darse importancia, sin buscar foco alguno. En todo acto partidista existe una trastienda que no todos tienen la oportunidad de captar, que escapa a las secuencias que se ofrecen en los telediarios e invisibles a las instantáneas recogidas en los medios impresos. En ella, si se presta la suficiente atención, se observa la verdadera cara en lo que aquello en lo que se ha convertido la política.

Una actividad en la que sus representantes sólo se dirigen a sus conciudadanos cuando se trata de lograr algún beneficio propio (para la organización, entiéndase) o para arremeter contra su contrario, haya o no razones objetivas para hacerlo, y en la que la cotización de una buena sonrisa alcanza, en ocasiones, el ridículo. Por eso, cuando a algún compañero de escritura se le ha ocurrido emplear al mocito feliz para aludir a cierto destacado dirigente malagueño, más que una afrenta debiera tomarse como un halago. Como en el caso del personaje rosa, el empeño del citado dirigente por ser fotografiado junto a un reputado tratante internacional, que en su día fue primer ministro pero que ahora se gana la vida a costa de multinacionales, es de destacar.

No hay nada malo en tratar de ganar puntos ante la opinión pública, que se entera a través de la opinión publicada, haciendo ver tan elevados contactos. Bien es cierto, que el acontecimiento en sí tiene trampa, porque la relación del político malagueño con el otrora dirigente es nula, inexistente, más allá del hello y bye bye que pudieran balbucear ambos en tan fortuito-preparado momento fotográfico.

Lejos de cuestionar las estrategias partidistas de cada cual, lo que me ha causado estupor es que las reflexiones del compañero columnista hayan generado la alarma entre aquellos que habían de autorizar y avalar la publicación de sus reflexiones. Negro sobre blanco, el ahora afectado tiene por costumbre no dejar títere con cabeza. Un defecto-virtud, según quien lo interprete, ya conocido por la naturaleza misma del personaje.

Es como el presidente de un club que decide fichar a Mourinho pensando que será capaz de transformar su ADN y mutar su habitual cara de apio. La realidad, como la naturaleza salvaje, dicta sentencia y los acontecimientos acaban corroborando que es el presidente de turno el que acaba siendo devorado por Mourihno.

Salvando tan deportivas comparaciones, esto es poco más o menos lo que ha ocurrido esta semana, en la que las redes sociales subieron sus siempre elevadas temperaturas ante la eliminación de un artículo de prensa. Con el agravante de que en este devenir, corto en el tiempo, se acaba mezclando el papel de los medios de comunicación y su siempre delicado equilibrio con el poder, la libertad de expresión y el necesario respeto a todo actor de la vida pública. De la ecuación, visto lo visto, sólo observo como dañados los dos primeros elementos. El tercero, por más que todo lo que se verbaliza, se imprime y se expresa siempre es interpretable, queda indemne en todo momento. En especial porque parecerse al mocito feliz no es ningún insulto. Es sólo un reflejo de esa clase política que aún algunos tratan de salvar.

buscando la hucha

Como le ocurre al mocito feliz, el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, parece tener el don de la ubicuidad. Pero siendo destacada esta virtud, que le confiere la posibilidad de estar en varios sitios a la vez, los poderes especiales del bueno del regidor no incluyen, hasta la fecha, la capacidad de convencer a Braulio Medel, presidente de la ya sexta entidad financiera del país, Unicaja Banco, de que afloje 2,5 millones de euros para su proyecto cultural estrella, el Cubo del Puerto. La edificación, que de no haber sorpresa en el camino a las elecciones municipales de 2015, albergará la sede del Centro Pompidou en la capital de la Costa del Sol requiere una inversión estimada en 5 millones de euros para su correcta adecuación como museo.

Carentes de fondos como están las arcas municipales, De la Torre puso su ilusión y empeño en que la caja malagueña diese un paso adelante y correspondiese a la ciudad que acoge sus dependencias centrales con un gesto de consideración cifrado en la mitad del coste. Sin embargo, se ve que los cálculos mentales trazados por el regidor distan de las previsiones del banquero Medel, que, de acuerdo por lo dicho por el propio alcalde, no parece muy dispuesto a poner el dinero encima de la mesa. Que colaborar, sí, pero que a lo mejor más adelante y en la fase de mantenimiento del futuro museo.

La respuesta de Unicaja, a falta de que se cierren todos los detalles, deja en un escenario como poco delicado a un Ayuntamiento que cabe la posibilidad de que se vea obligado a desembolsar de su bolsillo los 5 millones ya mencionados para ejecutar la obra del Cubo. ¿De dónde saldrá ese dinero? A ello deben estar afanados los responsables del equipo de gobierno del PP, al que conforme pasan los meses se le suman gastos imprevistos.

Porque a los 2,5 millones de más que podría tener que aportar para liberar de cualquier duda el proyecto del Pompidou se añade el compromiso formal asumido por el propio alcalde de, llegado el momento, de salir en rescate de la Dirección General de Costas para recuperar el uso público de los Baños del Carmen. Y ese gesto, en el mejor de los casos, cuesta otros dos millones de euros.

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