A través de España era la versión moderna del Libro de España, un delicioso texto de lectura de Edelvives que usábamos en los Maristas durante la EGB de la transición. Narraba el viaje de dos huérfanos que, en plan Marco, cruzan el país en busca de su familia. Editado por primera vez en 1928 exponía las costumbres, los monumentos y la economía de cada región y refería las virtudes de sus gentes huyendo del tópico castizo a la vez que nos permitía imaginar una aventura, entonces imposible.

Mucho después, en un país cruzado por miles de kilómetros de autovía y de AVE y paraíso de los vuelos baratos subvencionados, aún se alimentan los peores tópicos de los que aquel libro abominaba. Aunque viajamos, parece que lo hacemos con la boina atornillada y las anteojeras puestas. Si no, no se puede entender que el escándalo de los fondos de formación haya sacado de las cavernas a tanto demagogo para quien los andaluces somos una pandilla de vagos que vive del PER gracias al esfuerzo de los demás, en particular el del opinador de turno, y se pasa el día en las tabernas cantando flamenco. Y resulta cansino seguir escuchando las mismas historietas que inspiraron la Carmen de Bizet. Al menos, en esta versión actualizada, las mujeres no llevan navaja en la liga. Hay que ser optimista: alguna conexión neuronal parece activarse en esas cabecitas.

La realidad es otra, somos el país del 'qué hay de lo mío'. La economía española es profundamente dependiente de un estado nodriza que no renuncia a controlarlo todo. España entera está subvencionada y prima el interés político sobre la eficiencia económica. Por esa razón no hay lugar sin ayudas públicas ni su correspondiente escándalo, sea la Ciudad del Cine de Alicante, la de la Cultura de Santiago o el Palau de la Música de Barcelona. Y si en Andalucía se investiga un inmenso fraude en los fondos de formación, en Madrid ya hay detenidos por un asunto similar. Pero parece que los únicos subvencionados somos los andaluces que tenemos la suerte del pobre. Ya saben, si quien distrae algo de un expositor es rico, padece cleptomanía; en caso contrario es un ladrón.

Les guste o no a estos savonarolas postmodernos, la divina providencia ha distribuido la corrupción, al igual que la estupidez, sin distinción de sexo, ideología, clase social o lugar de nacimiento. El desafío para conseguir una sociedad moderna es combatirlas y eliminarlas. Ambas.

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