LAS campañas electorales son como los atracones de apuntes fotocopiados y los madrugones previos a los exámenes finales. Los buenos estudiantes no los necesitan: con constancia han conseguido los diferentes hitos que se han impuesto y sólo deben mostrar su trabajo. Los malos requieren compensar en cuatro días las horas de billar y cafetería, prometen que harán lo que no han hecho y descargan en otros la culpa de su propia desidia. En puridad democrática, una campaña electoral es innecesaria. El ciudadano sabe qué partidos coinciden con su ideología, cuales le parecen fiables y qué líderes le ofrecen confianza. Bastaría con organizar unos cuantos debates entre todas las opciones, en los medios de comunicación y poner a disposición de los votantes los programas con las propuestas concretas para la legislatura. Y que así, cada uno, en ejercicio de su libertad, decidiera. Pero como las malas orquestas, los partidos prefieren tapar la música con el ruido; embadurnan las fachadas con carteles de dudoso gusto, se insultan, destrozan los tímpanos de la ciudadanía con griterío mitinero, corean consignas sin mensaje y señalan con dedo acusador la paja en el ojo ajeno mientras la viga del propio sigue acercándose a la frontera.

Esta campaña no se recordará por su nivel intelectual ni por las ambiciosas propuestas realizadas a la ciudadanía. Al final, la Política Agraria Común, las posibles restricciones a las libertades comunitarias de circulación de personas, mercancías, servicios y capitales, el peligro de los extremismos que aparecen en el horizonte, el equilibrio de poder dentro de la UE, su lugar en el concierto internacional, la democratización de las instituciones o la integración europea han desaparecido del debate. El mensaje aparente es que la construcción de Europa se hará sobre el supuesto machismo gárrulo del señor Arias Cañete o la forzada pose de ofendida feminista de la señora Valenciano. El patinazo del candidato popular ha favorecido a ambos; a uno porque le ha permitido limitarse a presentar disculpas sin necesidad de defender su programa y a la otra porque le ha evitado tener que decir algo coherente, más allá de los mensajes preparados por su departamento de prensa. Lo inadmisible es que los ciudadanos que queremos votar con la razón nos hemos quedado sin saber que Europa nos proponen. Aunque a los militantes eso les da igual, ellos votan con las entrañas.

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