Tiempo Un frente podría traer lluvias a Málaga en los próximos días

Cuchillo sin filo

francisco Correal

Amsterdam

CIENTO noventa y tres holandeses viajaban en el avión que hacía la línea Amsterdam-Kuala Lumpur. Un 11-M por los aires, dos víctimas más que en los atentados de los trenes de Madrid, amén del centenar largo de tripulantes y pasajeros de otras nacionalidades. Un amigo, político eminente, me decía hace poco que soñaba con una final del Mundial Holanda-Alemania en la que los primeros se cobraran una doble revancha de la final que perdieron hace cuarenta años y de las bajas provocadas en la Primera Guerra Mundial cuyo centenario se conmemora a lo largo de cuatro años. Desgraciadamente, el único recibimiento que han protagonizado los holandeses ha sido el de esos compatriotas asesinados a veinte mil metros de altura por un misil lanzado desde un ignoto paraje dominado por milenaristas anclados en el soviet de la locura. La muerte más estúpida es la muerte por terceros. Rehenes de un matarife sin nombre, rostro ni escrúpulos.

En su historia de la Primera Guerra Mundial, el británico David Stevenson dice que los objetivos marcados por los contendientes eran fruto del miedo y la inseguridad que obsesionaban a las grandes potencias, "expresiones características del nacionalismo y el imperialismo europeos". Dos patologías bien actuales que están en el origen de este crimen saldado sin pancartas ni minutos de silencio ni aquelarres de congoja: el nacionalismo centrípeto, el imperialismo centrífugo, dos movimiento aparentemente contradictorios que se dan la mano y a veces la ponen en el Kalasnikov mientras el presidente bananero se mofa de las instancias internacionales, de la dignidad de las víctimas y la paciencia de sus familias.

"Dárselas de héroe, cobarde, traidor, revolucionario, salvador de la patria o mártir de la libertad no son sino maneras distintas de hacer el payaso". Este párrafo pertenece a la novela La piel, de Curzio Malaparte, que combatió en la Primera Guerra Mundial y fue corresponsal en la Segunda. Sólo admite hacer el payaso "para ayudar a un pobre muchacho americano a morir sin dolor". A un joven rubio que se desangra en las inmediaciones de Nápoles. El avión que segó la vida de 298 personas (una mayoría de 193 holandeses) fue objeto de una doble payasada: payasos que enarbolan banderas, sueños atávicos, y que a cambio en lugar de salvar vidas, se las apropian como aplicados discípulos de Treblinka y Mauthausen.

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