Todo es relativo

ÁNGEL RECIO

nostalgia veraniega

SE acaba el mes de julio y, como se suele decir, no me he dado ni cuenta. Los veranos, cuando se está trabajando, pierden interés. Recuerdo con añoranza aquella niñez y adolescencia en la que, terminados los estudios en junio, tenía por delante tres meses de relajación y diversión.

Muchas horas en la playa con los amigos, sin gustarme pero peor era quedarse aburrido en casa. Jugando a las paletas en la orilla y buscando coquinas en la arena. Llevarle a tu madre un manojillo con el que cocinar un plato y sentir, con gran satisfacción personal, que, por una vez, has contribuido a la economía familiar con tu esfuerzo a cambio de despellejarte la espalda porque nos daba pereza echarnos crema protectora. Hoy en día, el mayor tesoro que puedes encontrar es una botella de cerveza olvidada con tanta playa-tierra de cantera. Eso sí, hay una cosa que no cambia: la suciedad en el agua. Las natas actuales deben ser los residuos de los hijos o nietos de antaño, pero la forma es la misma.

Noches de conversación en escaleras, grandes cucuruchos de helado, olor a damas de noche y cine de verano en Rincón de la Victoria. Las sillas eran incomodísimas y todas a la misma altura, había bastante jaleo y el aseo era casi tercermundista, pero no lo cambio por las megasalas impersonales de los centros comerciales. Carteles de películas colgados en la puerta del estanco y palomitas de bolsa. Una enorme pared blanca sobre la que se proyectaba elfilmey decenas de personas sentadas en las terrazas de los edificios anexos, que veían cada día el estreno gratis tomándose un refresquito. Hace, sin exagerar, 20 años que no voy por allí. Ni siquiera sé si sigue abierto. Pero los recuerdos son imborrables en la memoria.

Nuevos enamoramientos cada verano y alguno constante que nunca cuajaba, para desesperación de un dieciséisañero imberbe al que siempre le pedían el carné para entrar en la discoteca ante la risa y complicidad de los colegas. Música insufrible y pocas ganas de bailar. Mezclas solo resistible por estómagos jóvenes como Licor 43 con chocolate y media hora andando de regreso a casa por el paseo marítimo porque ninguno teníamos coche. Risas, muchas risas, confidencias y hasta algún baño en el mar con la luna de fondo.

Qué buenos eran aquellos veranos. Ahora las responsabilidades son otras. Si algún joven lee esto, solo le puedo decir una cosa: disfruta el verano todo lo que puedas, que luego ya solo es una temporada en la que hace más calor que en otras.

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