calle larios

Pablo Bujalance

Los fantasmas del porvenir

Pues sí, habrá que ver si con la reforma del Cortijo Jurado termina su desfile de almas en pena El problema no es que hagan un hotel de lujo El problema, como siempre, es el olvido

CUANDO yo era niño, a mis padres les gustaba ejercer su derecho al domingueo en La Fresneda, allá por Campanillas. Por entonces el río llevaba agua casi todo el año y había eucaliptos que regalaban una sombra provechosa. Durante el viaje por la Carretera de Cártama, embutidos en nuestro Seat 127 que a menudo terminaba echando humo, pasábamos junto al Cortijo Jurado, que a mí siempre me subyugaba un poco: por más que aún no hubiese visto Psicosis, mi imaginación, febril y tronadora hasta para los asuntos más turbadores, iba por delante. Recuerdo que, cada vez que dejábamos el edificio a un lado, mi padre levantaba la mano del volante, señalaba con su dedo índice y decía: "Ahí hay fantasmas". Y mi cabeza se llenaba entonces de sombras espectrales, de cortinas que se alzaban solas, de objetos desplazados, de almas en pena que vagaban por los pasillos. A veces mi padre daba algunos detalles: "Dicen que se escuchan niños llorando". Y, claro, a la tierna edad que yo profesaba entonces, quién es el bonito que pone en cuestión la palabra de un padre. Al mío, ciertamente, las cosas morbosas le llamaban la atención; pero sospecho que su manía con señalar al Cortijo Jurado como templo de la fantasmagoría tenía más que ver con su intención de asustarme, en plan buen rollo, que con su presunta credulidad. Luego, con los años, supe que la casa era todo un centro de peregrinación para los freaks de lo esotérico, que en su interior se habían rodado películas y que muchas noches se colaba gente allí dentro para comprobar si efectivamente sucedían fenómenos extraños, aunque eran bastantes más los que se infiltraban para hacer el vándalo. Yo mismo estuve a punto de formar parte de cierta expedición que finalmente no tuvo lugar, así que nunca he pisado aquello, y tampoco es que tenga muchas ganas. Pero en un reciente programa de Cuarto Milenio hicieron sus conductores un comentario jocoso sobre el cartel que luce desde que empezaron las obras de reforma ("A los fantasmas les hemos dado vacaciones hasta nuevo aviso, por favor no entren") y se me subieron de golpe todos estos recuerdos. El pasado miércoles, además, contó mi compañera Victoria R. Bayona en estas páginas que las obras terminarán antes de fin de año, aunque respecto a la polémica conversión del inmueble en un hotel de lujo todavía no se ha adoptado decisión alguna. Y, bueno, de entrada, claro, podemos acordar que todas las historias de fantasmas son una tontería y pasar a otro menester. Pero resulta que la asociación de Cortijo Jurado con los fantasmas, espontánea y criada desde la socarronería popular y exenta de complejos (sí, ésa que a la vez no deja de ser supersticiosa ni delante del teorema de Pitágoras), ha sido compartida por la mayoría de los malagueños, ya sea con respeto, ya sea con chufla. Así que igual conviene hacer una reflexión (medio) en serio.

El problema no es que hagan un hotel o dejen de hacerlo. Ni que el caserón se quede en pie o no, en parte o en su totalidad, independientemente del grado de protección arquitectónica que revista. El problema es que pondrán ahí un hotel, una bolera, un Mercadona, un museo, un helipuerto, un parque infantil, un monasterio, una juguetería, una mezquita, una plaza de toros, una feria o una parada del Metro (lo que les dé la gana a quienes ya saben) y no quedará nada que recuerde, evoque o remita a lo que una vez fue el Cortijo Jurado, y a la creencia popular de que el mismo estaba habitado por fantasmas (de acuerdo, igual en el caso de que abran un hotel no sería lo más conveniente poner una plaquita, en plan Overlook; o tal vez sí, quién sabe). Y así, los visitantes que acudan no tendrán oportunidad de conocer el episodio, irrelevante tal vez, pero simpático, descriptivo, costumbrista, enriquecedor (el tipo de información que uno disfruta descubriendo cuando viaja por ahí y se mete en sitios raros). Y, del mismo modo, los malagueños pasarán por sus lindes y terminarán olvidado que alguna vez miraron al mismo sitio con respeto, o con curiosidad, o con cachondeo. Si atienden a la historia urbanística de Málaga de los últimos veinte años, comprobarán que ésta es, exactamente, la tónica general (sí, y también podríamos incluir la ya vieja ruina de La Mundial, de la que no se ha hablado hasta que se ha convertido en trending topic). Todo consiste en desvincular los lugares de las emociones. Así, en vez de ciudad, lo que tenemos es un sinvivir. Y los otros fantasmas no tienen gracia.

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