El balcón

Ignacio / Martínez

Ducha escocesa

UNA parte de Europa se ha sometido con entusiasmo a una terapia de ducha escocesa nacionalista: alterna el agua fría con la caliente. Escocia ha dicho que no a su separación del Reino Unido por el holgado margen de 10 puntos. El primer ministro escocés ha anunciado su dimisión. Y por todas partes se dice, con alivio, que los británicos han dado una lección de democracia al mundo. Se expresa ese pensamiento con el mismo tono romántico, cálido, con el que se recitaría "qué bonito es el amor". Pero si el resultado hubiese sido el opuesto se habría puesto patas arriba nuestro mundo inmediato, y no habría canto alguno a la épica escocesa. Estaríamos bajo un chorro de agua helada.

Cataluña ha cogido con orgullo la bandera, con la aprobación de una ley autonómica de consultas, que ha sido un parto programado para el día después del referéndum escocés. No nos vamos aburrir: detrás, haciendo cola, están flamencos belgas, bretones y corsos franceses, frisios holandeses, sardos italianos, vascos españoles, galeses e irlandeses británicos. Está garantizada la ducha escocesa en los vaivenes independentistas de la vieja Europa, que no sabe qué quiere ser en el futuro, cuando se convierta en un parque temático de castillos y museos. Esa Europa que viene, bien podría llevar el lema de la provincia francófona de Quebec, en Canadá, que en 1995 rozó el independentismo con el 49,6% de los votos a favor de su secesión: Je me souviens, me acuerdo. Podemos contar nuestra historia, llena de guerras entre todos a lo largo de la historia. Y también la gran guerra civil entre europeos del 39 y al 45, en la que murieron más de 36 millones de personas.

Cataluña no es Escocia. No sólo por historia. Cataluña representa el 16% de la población española, Escocia pesa la mitad entre los habitantes del Reino Unido. Pero en producto bruto por persona, si se agrega el petróleo del Mar del Norte como renta escocesa, ambos territorios superan en más de 15 puntos la media de sus estados. Estamos en una revolución de ricos. La crisis ha vuelto egoístas a los que más tienen. Y todavía más a los más soberbios. Antes de coger la deriva soberanista, Cataluña reclamaba un sistema fiscal como el vasco. "Hay que limitar la solidaridad", decían para que sus impuestos se quedaran en territorio catalán. Nadie hablaba de limitar el superávit comercial con el resto de España, que provoca que haya muchos más ricos en Cataluña que en Andalucía, pongamos por caso. Que Cataluña se quede le costará un pico a España, como ahora el sí de Escocia le va a costar al Gobierno británico una ducha fría y muchas libras.

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