Calle Larios

pablo Bujalance /

El 'descampao'

LA idea de convertir en una plaza el espacio dejado por los puestos del mercado de Atarazanas junto a la calle Camas tras el regreso de los mismos a su lugar de siempre resultaba estimulante, más aún frente a algunas tentaciones de edificar en la superficie museos de cofradías y demás emblemas del tradicionalismo pertrechado para satisfacer estómagos. Se trataba, cierto, de recuperar para el tránsito ciudadano un rincón de expansión natural, a una manzana de la calle San Juan, víctima de la misma desidia que ha azotado en las últimas décadas el centro histórico (¿histórico?) hasta hacerlo, en gran medida, invisible. Si el ejemplo cundía, por qué no, a lo mejor el Ayuntamiento se animaba a recuperar el margen del río, condenado al ostracismo ya desde el Hoyo de Esparteros, por más que, ciertamente, el beneplácito al hotel de Moneo represente bastante bien lo que el Ayuntamiento entiende por recuperar: ¿Por qué no, ya metidos en harina, hacer igual de transitables la calle Gigantes y la Goleta, hoy reductos ignotos por los que nunca pasa nadie? Cierto, la futura plaza de Camas nacía con la ventaja de que, al haber sido trasladado a la zona el mercado, la afluencia ya estaba prácticamente lograda. Sin embargo, la intervención terminó demostrando cómo un descampao podía seguir siendo tal aunque hubieran construido en él una plaza . Si la reforma de la Plaza de la Merced parecía haberse acometido para que no se adentrara en ella mucha gente que digamos, la de Camas no iba a ser menos.

Consciente de su fracaso, el Ayuntamiento ha decidido invertir ahora más dinero para una segunda fase que incluye una pérgola y algunos elementos más. Y, bueno, habrá que ver en qué queda la cosa. Lo que me cuesta creer, la verdad, es que los urbanistas responsables de la primera actuación pensaran que con poner ahí unos columpios como caídos del cielo y unos bancos con árboles pelados la plaza iba a ser tomada. Con estos adornos la plaza de Camas ha seguido siendo un rincón inhóspito, metido en ninguna parte, al que no hace falta ir para casi nada y cuyos encantos, desde luego, no resultan suficientes para desviarse desde Especerías o San Juan y meterse por ahí a verlos, ni siquiera para acortar camino hasta el puente de la Esperanza. Y es una pena que, habiendo quedado la calle Camas tan linda en la trasera de la Posada del Patio, al final la vía termine conduciendo al mismo pozo ciego de siempre. Que sí, que ya veremos en qué acaba el segundo arreglo. Pero no basta con poner cosas en un sitio para convertirlo en una plaza: también hay que tener una idea de ciudad. Las plazas sirven para encontrarse. Y no para salir pitando.

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