AYER me desperté y lo primero que hice fue poner la radio. Por la noche había tenido un sueño muy raro, en el que me veía subiendo una cuesta que no terminaba nunca, hasta que me rescataba un escocés -el sueño no revelaba si el hombre llevaba o no llevaba falda a cuadros- que se había pintado la palabra NO en la cabeza. Sí, ya sé que por tener sueños de este tipo hay gente que ha sido internada durante largos años en una casa de reposo, pero supongo que ese sueño explicaba de algún modo la intranquilidad que viví por el referéndum escocés (y dicho esto, no quiero ni imaginarme lo que soñaría Mariano Rajoy o Angela Merkel). Pero es que lo que se dirimía en ese referéndum era muy importante, y si ganaba el sí, Europa habría entrado en una era que muy probablemente iba a llevarla a su desintegración. Si una región que tiene petróleo decidía cortar amarras con el resto de su país, en cualquier momento podían seguir su ejemplo todas las regiones ricas de la Unión Europea que se negasen a compartir su riqueza. Detrás de Cataluña -la siguiente- vendrían La Padania italiana, Baviera, Flandes y quién sabe cuántas más.

Y además, el efecto contagio de un sí a la independencia escocesa podría haber afectado incluso a las regiones pobres de Europa. Porque desde que vivimos en una entidad administrativa que nos parece una monstruosa entelequia burocrática, gobernada por una secta misteriosa a la que llamamos los mercados, la troika y el FMI, hemos empezado a creer que estaríamos mucho mejor viviendo por nuestra propia cuenta. Todo eso es un inmenso error, por supuesto, pero el encanto irresistible que tiene la independencia catalana -o la vasca- entre mucha gente se debe a esa fe casi supersticiosa en que uno va a ser capaz de controlar las decisiones importantes que le afectan si de pronto vive en un estado propio. Y en momentos de crisis y desesperación, es muy fácil caer en esta clase de falsas soluciones que en realidad sólo crean nuevos problemas.

El jueves pasado podría haber ocurrido una catástrofe para Europa que por suerte se pudo evitar. En YouTube se puede ver el vídeo en el que Gordon Brown, el político laborista, defiende los argumentos del no a la independencia en nombre de la izquierda. Con una oratoria insuperable, Brown desmonta con ideas sólidas y con la vehemencia de un predicador presbiteriano -su padre lo fue- todos los engaños de los independentistas. En España, nuestra despistada izquierda debería estudiar ese vídeo. Y no sólo la izquierda.

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