PARA qué sirve la vida si en su otoño nada esperamos de ella? No me diga, querido amigo, que ahora que pronto cumplirá setenta años quiere desprenderse de todo lo que ha ido recopilando a lo largo de su vida como si no tuviera valor cada experiencia que ha ido amasando con dedicación y sacrificio a lo largo de los años. No permita que los dictados de la vida repetida por vulgares costumbres le iguale al resto de la humanidad, perezosa, ahora que entra en el sprint final sólo porque usted no sepa dónde está la meta. Me sorprende que usted tenga incertidumbre por su futuro. Pero éste, no lo va a abandonar usted, no.

El futuro próspero existe más allá de los setenta años y de los ochenta. Usted tiene la potestad suficiente para saber dónde colocar el banderín que marque su recta final. Su experiencia por todo lo que ha vivido le va a permitir tener la certeza de cuándo ha de dejarse ir. Dígame, sabio amigo, porqué cuando llega la hora de la jubilación no queda ilusión por nada. Hace que yo me pregunte: ¿para qué sirven las ilusiones adolescentes? ¿Para qué son necesarios los proyectos jóvenes y las aspiraciones profesionales y personales maduras? ¿Es que quiere que piense que la vida no merece la pena vivirla? ¿Que de nada sirve que se estudie, que uno se prepare profesionalmente, crezca cada día e invierta horas, años, en doctorados o clases magistrales? Me lleva a pensar que sólo hay que esperar a cumplir la edad de la jubilación para poder vivir de las rentas tranquilamente en el calor de tu hogar sin tener más responsabilidad: ni de pasado ni de futuro.

Querido amigo, es uno de mis referentes porque me inspira para crecer en la vida. Uno estudia grandes cosas pero lo que realmente nos une son las emociones primarias. La lealtad, la amistad, la sinceridad, el compartir la vida a través de nuestras conversaciones… el amor bien entendido. Veo en usted la suerte de una vida que se ha ido construyendo a base de sacrificios, sufrimientos, esfuerzos familiares para que pudiera acudir a la escuela, a la Universidad, hasta que se convirtieron hincando mucho el codo en doctorados sin poder disfrutar de la vida que se diseña para los jóvenes. Mientras sus amigos, sus colegas de edad y de estudios, estaban de juerga por la ciudad usted se ilustraba bajo la luz de una humilde lámpara de unos libros que han ido construyendo el vestuario de su vida. Cada página de los miles de libros que usted ha metido en la memoria de su cerebro son su valor. No los tire a la basura. Si su inteligencia le llevó a convertirse en un erudito y referente social no yerre en la decisión de arrojar aquello que le hizo lo que es, que le aportó su identidad. Que sean los que se queden quienes decidan colocar en el lugar adecuado todo aquello que a usted le hizo lo que hoy es. Un ejemplar, necesario. Mantenerlo es su responsabilidad que le avivará la ilusión.

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