DISCREPO de quienes, considerándola una líder artificial y hueca, menosprecian a Susana Díaz. Posee, me parece, un raro olfato para descubrir las exigencias de cada coyuntura y, al tiempo, una formidable capacidad para simplificar los mensajes y maximizar su eficacia. "Yo soy roja y soy decente" afirma Díaz y, con ello, indica el camino a seguir por un partido que -ganado se lo tiene- hoy presagia desventuras. Hay una distancia sideral entre los "cien años de honradez", lema tan falso como cegato, y esta confesión de parte con la que, cual grito, se desmarca, o lo intenta, del aluvión de tropelías. Es, sin duda, un eslogan pragmático y talentoso que con cinco palabras pretende amurallar todos los frentes.

Sabe Susana que la socialdemocracia de González ya no encandila al votante joven y de izquierdas. Por esta herida se le está escapando buena parte de su caudal. Roja es adjetivo que entiende cicatrizante, útil para detener esa hemorragia de desencantados, ávidos de un color que décadas de latrocinio han ido apagando. ¿Tarde? Quizá. Pero revelador de su impecable dominio del análisis. Decente, el otro, para contener la avalancha contraria: Andalucía está harta de golfos, de mangantes que en el puño agarran millones no precisamente de rosas. Para el elector sereno, que prioritariamente anhela una limpieza general, es vocablo mágico, animador de esperanzas sobre la más urgente de nuestras revoluciones.

Hay, incluso, una lectura oculta en la célebre frase: se puede ser rojo pero no decente y, a la inversa, decente pero no rojo. Por eso, para ubicarse en un universo que concede policromo, decide encadenar los dos descriptores. Lo primero, en el océano de la férrea ortodoxia al uso, supone un avance cabal: canallas florecen en toda trinchera. Lo segundo, al abandonar el monopolio de la decencia, todo un gesto conciliador que deja abiertas vías acaso pronto cruciales.

Queda, claro, lo más difícil: dar trigo. A Díaz le resta el reto de la credibilidad. Ni familia ni gaitas. Colaborar, destapar, desamparar, hacer justicia: verbos consustanciales a la decencia. Comprometerse con los más desvalidos, abjurar de la demagogia, servir, luchar no sólo ni principalmente por el poder: actitudes que apelan a la zona más noble, sana y sincera de la rojez. De ella y de sus hechos depende que su voz no esconda una nueva mentira, que, para su desgracia y la nuestra, no acabe consumándose el enésimo desengaño.

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