Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Indúltame, mamá

EL indulto no es en sí mismo bueno ni malo, pero su aplicación es en muchas ocasiones en España una vergüenza: un reflejo de la escasa calidad de nuestra democracia. Con el indulto se conchabea, y mercadean los gobiernos del Estado ("indúltame a este mosso, ministro", "Es pronto para sacar a Fabra"), se compran voluntades y algunos se cuelgan pestilentes medallas a costa de la ley. El número de indultos anuales en este país es irracional y muy significativo de nuestra seriedad institucional. Pero no sólo hay indultos que llevan oficialmente tal nombre, y no sólo se perdonan condenas judiciales. Hay también sutiles formas de indulto, por ejemplo la que la presidenta Susana Díaz va a conceder graciosamente a decenas de miles de propietarios de casas ilegales; no hablamos de una obrita irregular en una casa legal, sino de casas enteras en sitios no urbanizables. Todo por un suculento puñado de votos, y de paso me quito un marrón de encima -dirán-, e ingreso cuatro perras tarde y mal. Igual da que a los que hemos pagado en su momento todos los gastos asociados a la compra o construcción de una casa legal -irracionales "paralelas" en el impuesto sobre transmisiones patrimoniales incluidas: ahí me duelen a mí, por ejemplo, varios miles de euros- nos asomen unas afiladas puntitas de cuerno en los lóbulos frontales. ¿Que el Código Penal me molesta en mi magnánima -e injusta- práctica de Robin Hood urbanístico? Pues me saco de la chistera una norma autonómica -al tiempo- y que la Justicia aplique lo contrario de lo que lleva a duras penas aplicando desde hace años. Y sigamos infantilizando al ciudadano. Sigamos lanzando el mensaje de que quien la hace la paga sólo según y cómo y quién. Y que tu casa en El Palmar o en aquel parque natural será legal tarde o temprano: ganan los listos. Pero cuidado: muchos paganos que hicieron sus deberes pueden pensar que hasta aquí hemos llegado, y negarán el voto al que los trata como un tonto para proceder con desahogo selectivo en la función pública haciéndose el bueno legalizando lo ilegal en un ejercicio paternalista y populista del derecho a la vivienda: mamá Junta vendrá y te dará balsámica cremita electoral, no te preocupes. Al manoseado medio ambiente -tan protegido de boquilla- le pueden ir dando mucho.

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