El balcón

Ignacio / Martínez

Locos por las pantallas

NUESTRA sociedad vive pendiente de las pantallas. Pedro Sánchez, que está resultando más guay aún que Zapatero, se ha tirado esta semana al arroyo mediático más profundo. Ha participado, por teléfono, en el programa Sálvame, santo y seña de la telebasura berlusconiana. Y por la noche se ha contraprogramado a sí mismo, como invitado de El Hormiguero en la competidora Antena 3. Los españoles pasamos más de cuatro horas diarias delante del televisor. Y sumen a eso ordenadores, tabletas, móviles…

La presión fiscal contra la cultura ha aumentado el consumo de televisión en detrimento del cine y el teatro. Así, las pantallas domésticas nos abducen más y más. Tanto, que un servidor sospecha que a lo mejor Rajoy no retransmitía sus alocuciones para evitar preguntas molestas de los periodistas, sino para mejorar su sex appeal a través del televisor de plasma. Al fin y al cabo a Pablo Iglesias le ha encumbrado la pequeña pantalla. Es curioso que haya cambiado tanto el marketing político y tan poco el mensaje, que sigue siendo plano, falaz y escasamente renovado. Los estrategas, locos por las pantallas para llegar al gran público, han modificado la forma, no el fondo.

Pero las pantallas permiten ambiciones más profundas, como la propuesta esta semana en el acto de inauguración en Sevilla de los Cursos de Verano de la Universidad Internacional de Andalucía, por el rector Eugenio Domínguez Vilches. Habló del Proyecto Minerva, liderado por el joven genio israelí Ben Nelson, residente en Estados Unidos, que con 30 años obtuvo 300 millones de dólares por la venta a Hewlett-Packard de su servicio de fotografía online Snapfish. Nelson se propone cambiar de arriba abajo la educación superior de élite. Pretende ofrecer por un precio módico una formación semipresencial, que tenga el nivel de la Ivy League; las universidades más antiguas y prestigiosas de Estados Unidos.

El rector sostiene que si Nelson se sale con la suya pasará a la historia como el hombre que acabó con una tradición milenaria basada en los viejos campus, profesores estrella y clases magistrales. No se trata de una nueva versión de los MOOC (massive online open courses) que se dan por internet. Es casi lo contrario: las clases de Minerva no son masivas, no admiten a más de 20 alumnos; ni abiertas, porque la selección es severa; ni son en línea sino a medio camino entre la red y lo presencial.

Es el modelo de futuro para las universidades, según vaticinó Domínguez Vilches. Añadan al método de aprendizaje el principio "haciendo, no estudiando", introducido por un antiguo decano de Harvard, y la velocidad con la que la tecnología acelera los procesos de comunicación. Y encontraremos una utilidad de las pantallas muy fructífera. Mucho más útil para el progreso de la humanidad que la insoportable levedad del marketing político que padecemos.

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