calle larios

Pablo Bujalance

La periferia multiplicada

Al final, resulta que Málaga se extiende entre el Puerto y la Plaza de la Merced Más allá sólo hay gente Aquí se tiene bien asumido que una cosa son las ciudades y otra las personas

CONVIENE siempre volver a los bares, porque, frente a las tribunas especulativas de las redes sociales, es aquí donde la ciudad se revela más veraz, más espontánea y, también, más amable. Esta vez salgo de mi barrio y vengo a la Plaza Mozart. Hay aquí una cafetería donde sirven un té helado que me gusta especialmente, me siento en las mesas de fuera, corre algo de fresquito pero la impresión es agradable, he venido solo, es temprano, un silencio salpicado de rumores me invade y después de unos instantes de adaptación al medio me dispongo a practicar uno de mis deportes predilectos: la observación. Es sábado, y a pesar de la hora ya hay niños jugando en la plaza, correteando, encaramándose a donde no deben, propinando patadas a una botella. Los bancos ya están ocupados por los jubilados de siempre, las gorras de paño, los bastones en ristre, los pañuelos arrugados que salen de los bolsillos y se dirigen a las narices para paliar los primeros efectos del resfriado. Una señora cruza la calle cargada de bolsas, se ha dado prisa en hacer la compra pero ahora avanza muy despacio, muestra unas piernas gruesas cuajadas de varices y unas pantuflas domésticas para propiciar un leve descanso a sus pies doloridos, se detiene en el paso de cebra, mira a un lado, a otro, todo un siglo transcurre hasta que desciende del bordillo. Como hacía Perec en sus plazas parisinas, procuro prestar atención a todo lo que sucede ante mis ojos con la intención de agotar el espacio. Un tipo de andar torcido, chupa de cuero, deportivas destrozadas y barba recortada a pellizcos avanza con una litrona en la mano y se pierde en dirección al Parque del Oeste. Una chica oriental de falda demasiado corta mastica chicle y parece huir de alguien: la música de sus auriculares es perfectamente audible a unos cuantos metros. Una madre sale de la zapatería de al lado, que apenas lleva unos minutos abierta, con su hijo, de unos seis u ocho años, que insiste que los zapatos recién adquiridos para un evento inminente le aprietan mientras la mujer le advierte de que su paciencia está a punto de acabarse. Pasan a mi lado dos muchachos con libros de texto y apuntes, se acercan a una de las mesas, retiran las sillas pero les basta un gesto de complicidad para cambiar de idea y seguir adelante. Un hombre mayor, muy delgado, con el pelo cano y el rostro enrojecido, camina fatigoso con un pequeño caniche blanco amarrado a una mano y una bolsa con la barra de pan que acaba de comprar en la otra. Huele a gas.

Me distraigo de mi tarea cuando llega a mis manos un periódico. Un vistazo rápido me basta para comprobar que una gran parte de las noticias relacionadas con la ciudad tienen que ver con el centro: el Pepri, el Pompidou, la Aduana y, estirando un poco el asunto hacia Pedregalejo, los Baños del Carmen. El Ayuntamiento organiza una campaña para la práctica del yoga con una convocatoria masiva y decide celebrarla en la Plaza de la Merced. Encuentro una mención a un barrio: Portada Alta. Emasa va a sustituir ahora la red de abastecimiento, que no se ha cambiado desde los años 50. Siento vergüenza. No es extraño: la Málaga más promocionada y deseada por el Ayuntamiento, la de los museos y los cruceros, acontece únicamente desde el Puerto hasta la calle Victoria. A partir de ahí, sólo hay gente. Gente que vive en los barrios, convertidos en una periferia multiplicada, para la que no hay limpieza, ni infraestructuras culturales (un momento, el año que viene caerá el Museo Ruso; pero, ¿es un Museo Ruso lo que necesita Huelin, lo que prefieren sus vecinos? ¿Cuántos museos más piensa abrir el alcalde para que nos quedemos mirando? ¿No van haciendo falta, y más en los barrios, lugares para la participación, la integración social, el intercambio de ideas y proyectos?) ni deportivas ni de ocio, ni sitios a los que llevar a los niños, ni reformas en los mercados ni las bibliotecas. Todo sigue siendo más o menos lo mismo de siempre. Miro a mi alrededor y me pregunto quién gobierna para estos vecinos, aquí, donde no llegan los turistas y donde no hay tanta prisa para que todo luzca precioso. Málaga tiene bien asumido que una cosa son las ciudades y otra las personas. Cuánta falte hace un Pericles.

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