Envío

rafael / sánchez Saus

Sobre el Sínodo

CONFIESO que hoy hubiera querido dedicar este Envío al fulgurante fenómeno que ha protagonizado el pequeño Nicolás, prometedor joven que no puedo imaginar siquiera lo que hubiera llegado a ser con cuarenta años, aunque seguramente entonces ya nos parecería a todos bastante menos simpático. ¡España y yo somos así, señora!

Sin embargo, una especie de deber me lleva a ocuparme del reciente Sínodo Extraordinario sobre la Familia que acaba de celebrarse en Roma, y es que en los años de que guardo memoria, y empiezan a ser muchos, no recuerdo un acontecimiento eclesial de este género que haya suscitado tamaña expectación, no sólo entre los medios, también entre muchos católicos y no creyentes que han seguido su desarrollo con un interés que, finalmente, ha llegado a estar teñido de verdadera pasión. Entiendo que ese interés, más allá de la trascendencia que para todos posee el tema elegido, tiene que ver con las esperanzas depositadas en el papa Francisco por ciertos sectores de la Iglesia, y especialmente por grupos de presión ajenos a ella, que querrían ver en este pontificado el instrumento para una transformación en clave rupturista con el de los papas anteriores. En esas expectativas el Sínodo de la Familia tenía y tiene un papel estratégico fundamental.

A la luz de las conclusiones de esta fase del Sínodo, parece que quienes sueñan con esos desvíos deberán seguir en espera indefinida, aunque la vivacidad de los debates les haya impulsado a voltear campanas. La vivacidad, incluso dureza, en la discusión es una vieja tradición católica que el mundo actual, tan contaminado por los métodos propios del conflicto político, juzga en términos dialécticos y, por tanto, erróneos. La libertad de espíritu mana de fuentes y circula por cauces que son los que precisamente se encargan de cegar y obstruir los aparatos de los partidos y los consejos de redacción que confunden unanimidad con verdad. La Iglesia, gracias a Dios, es otra cosa.

Sin entrar en juicios sobre resultados que serían prematuros e improcedentes, me limito ahora a preguntar: ¿saben ustedes de alguna otra gran institución de alcance universal que sea capaz de convocar un encuentro así para estudiar y debatir en absoluta libertad un asunto central de su propuesta, tal como, para la Iglesia católica, es la familia? Por ahí empiezan las diferencias con otras realidades.

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