Calle Larios

pablo Bujalance /

El tercer mundo

RESULTA revelador el modo en que la pobreza es percibida en territorios teóricamente ajenos a la catástrofe. Unicef ha escogido el testimonio de una niña de La Palmilla para una campaña sobre el hambre infantil en países desarrollados, un fenómeno (o, al menos, su expansión) ligado a la crisis. Y la reacción ha sido unánime al interpretar la coyuntura como una señal de la que catástrofe, finalmente, y como una pandemia imparable, también ha llegado a habitar entre nosotros. Es decir, que una ciudad como Málaga, con sus museos y su calle Larios, podría entrar, por derecho, en eso que llaman el tercer mundo. Las alarmas que ha hecho estallar el vídeo tienen bastante que ver con la sospecha, y en esto la pobreza se parece a ciertas ideologías: al final resulta que cualquiera que va por ahí, incluso con aspecto saludable, puede ser un pobre, igual que en los EEUU de McCarthy cualquiera que iba por ahí podía ser un comunista, aunque no le asomara el rabo bajo la espalda. Sin embargo, creo que la singularidad de La Palmilla no tiene tanto que ver con la crisis como con políticas sociales mal planteadas y peor practicadas desde que el barrio es tal. Es cierto que cuando la crisis aprieta quienes terminan pagándolo primero son quienes menos tienen, pero también que quienes llevan años luchando por ganar un futuro para estos vecinos trabajan demasiado a menudo en solitario, sin la ayuda de quien debería apresurarse a brindarla. Si niegas a un barrio servicios, aceras, asfaltado, alternativas de ocio, mobiliario urbano, limpieza y seguridad, no tiene que estallar una crisis para que sea el tercer mundo el que termine estallando en casa. Por muy bonita que se haya quedado la Plaza de Camas.

Las urgencias no están sólo en La Palmilla, que, insisto, tiene su singularidad y sus dificultades desde mucho antes de la crisis. Consolarse con esto es demasiado fácil. La crisis ha dejado también frigoríficos vacíos en San Andrés, en Carranque, en El Palo y en Ciudad Jardín, en casas en las que, tal vez, sí había algo que echarse a la boca hace sólo cinco años. En muchas de estas casas, las que aún no han sido objeto de desahucio, viven profesionales que perdieron su trabajo hace demasiado tiempo y que también echan mano de los comedores escolares para asegurar una mínima nutrición a sus hijos. Hace un par de días pude conversar en Málaga con el filósofo Javier Gomá, y él me contaba que el problema de España es que nunca ha tenido una clase media. La tremenda desigualdad con que la crisis ha alimentado al capitalismo, con ricos más ricos y pobres más pobres, ha venido a poner las cosas en su sitio. Limosna o muerte.

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