El cuentagotas

Eugenio / chicano

Zarevich

DE muchacho anhelé tener un perro. Al ser un niño de piso, estaba prohibido tener gatos y perros en casa. Cuando instalé mi estudio en la finca de El Candado, mi muy querido amigo Antoñillo López Muñoz me regaló un bellísimo cachorro pointer, negro azabache brillante hijo de su perra Sara. ¡Una preciosidad! Se llamaba Zarevich, hijo del zar. Mi perro amigo no se separaba de mi. Pasaba horas enteras viendo con curiosidad como pintaba. Cuando me ausentaba, se fugaba y me llevaba cosas a donde él creía encontrarme: pedazos de pan a la cafetería El Paquiro, zapatos viejos a la droguería Olimpia y así un inacabable cúmulo de ocurrencias. Lo malo vino luego. Cuando me mudé a Martínez Maldonado descubrió las palomas del Parque. Era extraño el día que no me soltaba una a mis pies cuando regresaba de su paseo a casa. Lo malo, como digo, es que detrás de Zarevich aparecía con él el guarda del Parque. Un día no volvió más... Fue como dice Cernuda: "...Como el amigo aquel, cuando las hojas y la luz, luego idas con él mismo."

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