Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Panceta 'light'

POR mucho que la escala o el tamaño en economía otorguen teóricos ahorros de coste, en muchos aspectos de la vida real lo muy grande suele ser contrario de lo mejor, e incluso de lo bueno. Los grandes grupos de personas tienen no pocas veces más defectos que virtudes: tienden al compromiso y a la media, y normalmente a la mediocridad. Un economista diría que su desempeño suele ser menos que óptimo, por las rigideces propias de las cosas grandes: se inhibe el pensamiento de muchos, surgen liderazgos indeseables, se imponen normas como antídoto de la sorpresa. El consenso puede ser necesario, pero suele ser vulgar en sus consecuencias, y a la larga puede ser una caja de bombas . Las grandes corporaciones, sean públicas o privadas, tienden a la burocracia, y los grupos de personas, también. Más de cinco suele ser indeseable multitud. Los inminentes menús navideños de empresa -con honrosas excepciones- pueden resultar penosos y vulgares: en vez de obtener mejor relación calidad-precio por el número de comensales, suele por aquí ocurrir exactamente lo contrario: calidad adocenada, precio caro. Viajar con más de dos personas puede convertir tu periplo turístico en una sucesión de visitas consabidas y rara vez sorpresivas ni interesantes -y mucho menos serenas ni productivas intelectual o emocionalmente-; dominadas por la obsesión con el "fondo común" y con los horarios de las dichosas comidas.

La Unión Europea es el paradigma político del consenso y la media. Evidentemente, una media ponderada: el mayor peso lo tiene Alemania y su orbe austriaco-holandés, después Francia, y a una espléndidamente aislada distancia, el Reino Unido. Pero aun así sus decisiones de alta política económica suelen ser artefactos posibilistas: lo llamamos política. Esta semana, el nuevo presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, ha puesto números a la tercera pata de la gestión económica común junto con las reformas y los recortes: los estímulos. La pata maldita para Alemania. Pero como escribía ayer Xavier Vidal-Folch, se trata de unos estímulos de naturaleza mutante y consensuada: un "keynesianismo low cost". Que todo el mundo quede contento o al menos no muy disgustado. Cuadrar el círculo, panceta light, quiero y no puedo. Porque, del ambicioso plan de inversión y estímulo, los presupuestos de la UE sólo ponen una especie de fondillo de garantía de algo más del 5%: el resto debe ser inversión privada en infraestructuras energéticas, de transporte y digitales, hasta 300.000 millones. Dios mediante.

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