Por montera

mariló / montero

El terror del rehén

ELLY trabaja rodeada del mejor chocolate del mundo. En una de las pastelerías más lujosas cuya iluminación indirecta hace que cada mesa parezca un encuentro aislado. Es el sitio de referencia para banqueros, abogados y turistas que se acercan al centro financiero de Sidney, en Australia. A Elly este trabajo le permite pagar sus estudios en la Universidad de Nueva Gales del Sur, además de poder relacionarse con una clientela exquisita. Son las 9:45 del lunes, casi la hora punta para el desayuno, por lo que el gran mostrador de cristal luce resplandeciente de deliciosos chocolates suizos cuya fama mundial se basa en la conche, una fórmula que le da un sabor delicado y fundido único. Sólo hay unas diecisiete personas en el local disfrutando de sus batidos y cafés. Pero algo estruendoso petrifica la calidez de la mañana cuando un hombre corpulento, casi calvo pero con profusa barba y vestido de negro, empuña su arma contra Elly y la obliga a cerrar la puerta de la cafetería.

Man Haron Monis, un radical iraní, los amenaza con hacer explotar cuatro bombas. El templado aire del local empieza a cuartearse en filamentos como puñales que amenazan con ejecutarlos. Elly siente más la muerte, aún, si se mueve. El sufrimiento empieza a correr por cada uno de los surcos de su cerebro aterrada por no saber cómo el secuestrador va a matarla. Retembla, aprieta los ojos para no ver, implora que termine la pavorosa incógnita de cómo morirá. ¿Degollada?¿ y si le agarra por el pelo y le siega el cuello?¿quizá la apuñala no sin antes violarla y patear todo su cuerpo aplastándolo contra el suelo? El asaltante la agarra por el pelo obligándola a blandir una bandera del Estado islámico contra el escaparte cuyos cristales están siendo enfilados desde la calle por centenares de ametralladoras de agentes antiterroristas.

Elly empieza a rendirse porque ve que será la primera rehén en morir. Llora, y cierra los ojos. El aire es un cuchillo que danza por su espalda, y por su frente. Tiemblan sus manos, y suplica que le den al secuestrador lo que pide. Haron pierde la paciencia y la retira del escaparate tirándola contra el suelo. Por algún motivo Elly repta más rápido que una víbora hasta una puerta donde ve la posibilidad de escapar. Y huye. Y se ve en la avenida. Y corre sintiendo que la muerte le muerde la retaguardia. Pero en la calle comprende que la muerte le puede venir, también, por el pecho ante tantas armas apuntándole. Cierra otra vez los ojos buscando en la oscuridad el fin del terror. No respira. No mira. Sólo corre. Un brazo la engancha en su pavorosa huida. Las ametralladoras atronan. Hoy, aún los chocolates están enfundados por los cristales tras la violenta descarga. Los bombones están rellenos de pesadillas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios