La tribuna

Miguel ángel Núñez Paz

Del mundo que vivimos

ESCRIBO hoy estas líneas ante la conmoción que me causan numerosas reacciones de personas frente a recientes realidades; no quiero hablar de masas, sino de cada uno de los individuos que conforman colectivos, del interés de su perfil moral y de su esencia.

Quiero comentar cómo hemos ido asumiendo con el tiempo nuestras miserias intelectuales y sentimentales y cómo incluso algunos se vanaglorian de ellas.

Hace pocos días me sorprendía la tragedia del avión siniestrado en los Alpes franceses atareado como siempre en el ordenador de casa. A menudo tengo la radio puesta mientras trabajo, también a menudo la ignoro, pero en esta ocasión no pude hacerlo. Como seguramente sucedió con muchos de nosotros, a medida que el avance se iba convirtiendo en noticia y se perfilaba el desenlace, mi corazón se arrugaba y desolaba. Las redes sociales ardían y llamó mi atención cómo, en Twitter, una crítica se convertía progresivamente (en España) en trending topic. Para innumerables jóvenes la desgracia no era el enorme desastre que a todos parece debiera conmovernos, sino la suspensión que afectaba a su programa televisivo favorito (Mujeres, hombres y viceversa o como demonios quiera que se llame esa especie de conjura en contra de la más leve cualidad inmaterial.

Transcribo con horror y literalmente uno de los cientos de mensajes (los había muchísimo más duros y crueles) que, a propósito del asunto, poblaban la red social:"E tio por k no enpiesa #myhyv ???? Tio k kiero ver a los tronistah ay y a tos los muertos de habion ese k se cayen"

Y como no deseo realizar aquí, al menos no solamente, una crítica a la programación televisiva, para la que no haría falta una columna de estas características sino un ensayo o un tratado, me centro en señalar que quizá vaya siendo hora de plantearse si no solucionaría muchos problemas de nuestra época una correcta política socio-educativa promotora de estrategias que permitieran al público que escribe esas barbaridades alcanzar contenidos distintos de aquellos que requieran esfuerzos cerebrales superiores al de presionar un botón del mando a distancia.

No acepto el argumento de la libertad de contenidos que valore en exclusiva el lícito obrar de una empresa privada adjudicataria de una televisión; no, cuando esa libertad debe ser -al igual que el resto- limitada si se demuestra, como es el caso, que está minando la educación, el discernimiento y la más racional piedad o cordura de los ciudadanos; ciudadanos que se ven abocados a una deformación irreversible, como quería poner de manifiesto con el paradigma utilizado.

Cuánta razón tenía el "loco" Jesús Quintero cuando apelaba hace no mucho tiempo a la necesidad de alejarse de esos "analfabetos orgullosos" que ahora pueblan e incluso dominan nuestra sociedad. En este sentido, me indigna el orgullo del ignorante altivo. Admito que mi mensaje no tenga muchos adeptos, la verdad es que me importa poco, a estas alturas y dedicándome al Derecho Penal estoy acostumbrado a que nadie me preste atención. Pero no me resisto a señalar la necesidad urgente de que repasemos críticamente la televisión o las redes sociales dejando de ver éstos como meros entretenimientos superficiales. Va siendo hora ya de que nos sentemos seriamente a valorar no sólo el sistema, sino la esencia de la educación actual, el desapego interpersonal y la falta de inquietud por el progreso individual y por el respeto a los demás.

Hay una frase de un pequeño niño sirio con un gran coraje que desde hace unas semanas está recorriendo el mundo. Hablo del valor que nace de la propia esencia, del espíritu virgen que hay que cultivar y formar, el valor que hace falta a muchas personas en este mundo. Con apenas cuatro años, en los últimos momentos de su vida, gravemente herido como consecuencia de una guerra descabellada e inútil, como tantas otras, este pequeño dijo antes de morir: "Voy a decírselo todo a Dios".

No me detengo en el detalle religioso, para mí resulta anecdótico frente a lo que trasciende de la frase: un pretexto moral, un motivo que todos buscamos con incólume honestidad cuando pequeños. Lo que nos salva es saber que alguien nos acompaña, nos escucha; y cuando no tenemos a nadie cercano, buscamos otras escapatorias… cuando estamos desnudos, cuando no nos queda nada que perder, sólo deseamos sentirnos acogidos.

El ser humano ha buscado en su cultura, en su fe, en la interrelación, etcétera, su forma de supervivencia durante millones de años. ¿Qué ocurrirá si renunciamos a todo ello porque nos es costoso, si no descansamos los unos en los otros?, ¿qué sucederá si ya no quedan lazos porque hemos desistido de todo lo que no produce satisfacción instantánea?

Perdónenme, no quería despertarles, pensaba en voz alta sobre todo lo que está sucediendo y sobre la necesidad de disponer o favorecer una mejor educación y formación, de promover retos personales y afectos más fuertes. Hablaba bajito de responsabilidad, de apego y cooperación, soñaba que ojalá no nos indignase la crítica sino que nos ayudara, que ojalá abriéramos los ojos y deseáramos crecer.

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