Cuchillo sin filo

francisco Correal

Carmen

Asu padre, que soy yo, cuando cumplí los 21 años que ella cumple hoy, lo mandaron a rendir cuentas con la Patria. Recluta con niño, que era yo, y mayoría de edad al mismo tiempo. Un doble máster para la paz, que era la naciente democracia, y para jugar a la guerra, esa forma de perder el tiempo y ganar amigos que era la mili. No le guardo rencor porque gracias a eso conocí Cáceres. Mi hija Carmen no tiene que ir a la mili aunque le pusimos un nombre que le pide un brigadier.

Alguna vez le he contado que con veinte años yo no podía ejercer el derecho al sufragio pero estaba acreditado como corresponsal parlamentario en el Congreso de los Diputados. No podía votar a Felipe, Suárez ni Carrillo, pero era cronista de sus intervenciones en el hemiciclo, un reportero barbilampiño junto a Vicent, Carandell o Márquez Reviriego. Yo nací a la libertad, respetadme que diría Alberti, el mismo 1978 que nació la Constitución. Me estrené como votante para ratificar la Carta Magna, esa solterona que es diez años más joven que el rey Felipe VI.

Aquella primavera en la que nació mi hija Carmen, el Betis también iba como un cohete para volver a Primera División. Había bajado a los infiernos tres temporadas antes, el mismo año que nació mi hija Andrea. Fue el verano del Mundial de fútbol de Estados Unidos, que es como el Pensamiento Navarro, cuando los gritos de júbilo por el gol de Caminero a Gianluca Pagliuca soliviantaron a Carmen y a su primo Pablo, que había nacido un mes y medio antes. Ahora los dos están en la sub 21.

Cumple 21 y es una joven del siglo XXI. Números romanos y números cristianos. Nos fuimos al hospital con el eco de las ocurrencias de Faemino y Cansado; me llevé un libro de Barry Gifford que años después se leyó mi hija. Se titula Puerto Trópico, del autor de las aventuras de Sailor y Lula.

Nació en el crepúsculo del felipismo y es de la generación que creció con la saga de Crepúsculo. Ya no hay mili, ahora hay Pili, el nombre de su tía, la madre de Pablo. Después de Carmen vino Paco, que tiene ocho años y el otro día me preguntó si era verdad que en mi infancia la vida era en blanco y negro, la gente dejaba las puertas de las casas abiertas y las ruedas de las bicis eran más grandes.

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