Tinta con limón

josé L. Malo /

La Tristantería

VALÍA: el valor se asoma al espejo y sólo ve un precio; el canal y las influencias de la persona que lanzan al artista a la piscina tienen más peso que el arte que éste produce; el reconocimiento de unos privilegiados.

«Hola, soy una estantería griseada por el tiempo y la modernidad. Tengo más de medio siglo de vida, me siento mayor, pero aún con un hálito de joven lucidez para darme cuenta de que mis días se apagan. Orgullosa, durante años sostuve a genios de la literatura en mis hombros. Nunca me pesaron Los Pilares de la Tierra porque el placer de portarlos me hicieron relucir ante ojos cargados de inquietud e inteligencia. Manos nervudas tomaban de mí ejemplares de genios de la Generación del 27 o creaciones tenebrosas de Stephen King. Manos que olían a hojas amarilleadas, con dedos rápidos capaces de pasar páginas con avidez. De un tiempo a esta parte, otras estanterías como yo han sufrido lo que nosotras llamamos mudanza de lectores. Las han enviado a lugares tan inhóspitos como un pequeño bazar o tiendas de golosinas. Yo casi debo darme por contenta porque me destinaron a la entrada de un supermercado. Y ahora que la tecnología ha traído tapas más livianas y ejemplares de bolsillo, siento que todo me pesa más que nunca. No es la edad. Al menos la mía. Últimamente no paran de rellenarnos con cosas a las que alegremente llaman libros. Que si Ambiciones y Reflexiones, de una tal princesa del pueblo que ha escrito más libros de los que ha leído. Que si la biografía de Abraham Mateo, un niño de 16 años. ¡De 16 años! ¿Qué puede contar, que se tomaba el colacaíto en casa de Emilio Estefan y que iba al parque acuático con Justin Bieber? Me deprime mucho más ver el alto ritmo de venta que tienen. Por respeto a todos aquellos autores que murieron por sus ideales, a los que escribieron sin ganar un duro, en general a todos aquellos que dan lustre a la palabra biblioteca, voy a jubilarme. Para ello, nosotras aflojamos voluntariamente nuestras baldas y tuercas, para que así nos reemplacen, alguien nos encuentre en un Punto Limpio y nos lleve a la plaza de un pueblo o mercadillo sabatino, ya montadas de nuevo, para lucir ufanas libros de ocasión o segunda mano de clásicos de la literatura. No puedo imaginar un mejor final para mí; el de los humanos no lo tengo tan claro. Quizá algún día se den cuenta de su error y vuelvan a leer lo que realmente puede cultivarles. O quizá piensen que sólo necesitan estanterías de 16 años».

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