Político en cien días

Antonio Vargas Yáñez

FUNDAMENTALISMO LAICISTA

AUNQUE sé que a lo largo de mi vida han pensado muchas de mí, nunca me habría imaginado que llegaran a considerarme un peligro para la paz. No es que haya cambiado últimamente; es que así me considera la Conferencia Episcopal después de afirmar que "los dos grandes peligros para la paz son el laicismo, que quiere excluir el hecho religioso de la vida pública, y el fundamentalismo, que usa el nombre de Dios para causas o intereses humanos, incluso la violencia". Después de que su secretario general manifestara que ambas "perturbaciones hay que desecharlas de raíz porque no se puede matar en nombre de Dios», me ha entrado un ataque de pánico ante la perspectiva de que me haya convertido en un psicópata y no lo sepa. A las causas que hasta ayer amenazaban la paz mundial -fundamentalismos, explotación de los países más pobres por los más ricos, hambre, falta de acceso al agua, pobreza...- desde la semana pasada hay que sumar una nueva: el laicismo.

La defensa de una sociedad laica es la defensa de la independencia del Estado de cualquier organización religiosa; lo que no le impide que cada uno tenga sus propias creencias y actúe conforme a ellas desde el respeto a los demás. Su antítesis es la teocracia, en la que autoridad política emana de Dios y se ejerce por sus ministros, objetivo de todos los fundamentalismos religiosos. Si en lugar de las afirmaciones de la Conferencia enunciásemos a un tiempo que los obispos consideran un peligro la existencia de un estado laico, donde Iglesia y Estado estén separados, y que los terroristas islamistas pretenden imponer un Estado regido por su credo, incitaríamos al lector a pensar que los obispos españoles son iguales que los terroristas islámicos. Lo que a todas luces es una barbaridad del mismo calibre y mal gusto que la proclama con la que su portavoz ha aprovechado los últimos atentados para adoctrinar a sus fieles contra los postulados laicistas, a un mes de las elecciones generales.

Hace unos días que murió mi amigo Luis. Dos días antes quiso despedirse de su "familia socialista", aquella con la que luchó por lograr un mundo algo mejor y más justo. El sábado sus amigos le dieron un último adiós tal y como él pidió, entonando la Internacional. A su féretro lo acompañaron unas puñado de rosas rojas. Es curioso que un revolucionario que nunca me habló de la lucha armada se despidiera de este mundo con un acto tan violento.

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