La tribuna

josé Antonio González Alcantud

Los excesos del perdón

CON frecuencia se habla en privado y en público de los excesos derivados del ejercicio del olvido e incluso del deber de memoria. Memoria y olvido parecen estar sometidos a la opinión de cada época, y sobre ellos se hacen equilibrios políticos. Ahora, el perdón, tercer pilar del debate va abriéndose camino.

La importancia crucial del perdón se comprueba a través de su uso en la resolución de conflictos, sea el apartheid sudafricano o el terrorismo vasco. Nuestra Transición que es un ejemplo del culto al olvido, precisamente olvidó lo inolvidable: la necesidad del perdón. El suyo fue olvido de conflictos pasados -la Guerra Civil el primero- donde nadie perdonó y ni nadie fue perdonado formalmente. En la democracia española actual se ha intentado suturar la herida abierta por el no-perdón de la Transición con la apelación a la "memoria histórica". El resultado ha sido poco alentador.

Y lo que es peor, el uso del perdón se ha frivolizado: nuestros políticos con más frecuencia de lo deseable demandan ahora perdón por trivialidades. Una vez solicitado el perdón suelen irse tan frescos. Deben pensar que los ciudadanos están obligados a dispensarlos de cualquier "error", ya que es de humanos equivocarse. Y además serían unos mezquinos si no los perdonasen. Es tal la frecuencia de estos actos que hay político que prefiere disculparse antes que mantenerse firme en sus principios.

El filósofo Vladimir Jankélévitch, que tantas obras magníficas dejó sobre la nostalgia, la ironía y la música, sentenció: "Perdonar es dispensar al culpable de su pena, o de una parte de su pena, o liberarlo antes del cumplimiento de su pena; y por nada y a cambio de nada; gratuitamente". Otorgar el perdón es un acto trascendente desde los puntos de vista moral y práctico, amén de político. Para Jankélévitch, que fue miembro de la resistencia francesa, ésta hizo un acto ejemplar, "heroico" lo llama, al perdonar a sus enemigos al final de la guerra.

Hemos visto el alcance simbólico del perdón cuando el rey-padre salió pidiéndolo de manera furtiva y calculada tras su metedura de pata de elefante. Ahora continúa Blair, se dice que adelantándose a una segura condena, haciendo lo propio con la guerra de Iraq. Esto del perdón sale gratis. En su dominio, la cultura católica sigue pesando mucho, ya que sabido es el catolicismo ha otorgado el perdón con gran generosidad a diestro y siniestro. Mas el perdón supone una suerte de reparación a la víctima, que siente o debe sentir así que se hace justicia con su persona. Para ello, debiera existir una profunda convicción de la culpa por parte de quien debe ser perdonado. El perdón fingido es un atajo para evitar la justicia.

Hace no mucho el arzobispo de Granada se tiraba al suelo catedralicio con sus sacerdotes para pedir perdón por los pecados terrenales de un grupo satánico, lo más parecido a las noches de Saló de Sade-Passolini, donde un grupo de pervertidos se encierran en la república fascista italiana para cometer las mayores aberraciones. Con pedir perdón en pública humillación tendiéndole en el frío suelo marmóreo pareció bastarles.

También, es obvio que algunos no se sienten culpables y por eso no apelan al perdón. Ocurrió en los procesos de Nuremberg, donde los jerarcas nazis no manifestaron arrepentimiento alguno. Pasó con el proceso Eichmann, donde el conocido carcelero nazi, esgrimió que él era amigo de los judíos. En su último exordio Eichmann aseguró que él era un buen hombre incapaz de hacer daño. Por ello la filósofa Arendt lo puso de ejemplo de la "banalidad del mal".

En cualquier caso, cuando ha habido perdón, fundado o no, el ciudadano de a pie no deja de sentirse inquieto ya que la justicia ha dejado de realizarse. Ocurre con casos como el filósofo Heidegger, el politólogo Schmitt, o la cineasta de Hitler, Rienfestahl. Todos ellos fueron exonerados de sus complicidades criminales por su condición de brillantes intelectuales. Y, no obstante, sus ideas armaron pogromos y condujeron, edulcorándolo de poética, a la Humanidad a un callejón sin salida.

Viendo estos casos no puede uno más que desechar el perdón como herramienta sustitutiva de la justicia. "Cuando el culpable está gordo, bien alimentado, próspero, enriquecido por el milagro económico, el perdón es una siniestra broma", sentenció Jankélévitch. Estamos viviendo tiempos extraordinarios para el perdón, a la vez que la banalidad del mal se nos va colando por los entresijos de la sociedad. El perdón no debe frivolizarse hasta el punto de perder su eficacia, ya que éste no va a abolir el mal nunca, por aquello que decía el filósofo Jankélévitch: "El perdón es fuerte como la maldad; pero no más fuerte que ella".

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