"Lo peor que se puede ser en este mundo es coñazo" (Michi Panero en 'Después de tantos años', de Ricardo Franco).

EL acierto de la chirigota gaditana Si me pongo pesao me lo dices se debe a que ha sabido sintetizar un fenómeno que ya ha alcanzado en España -no sé en otros países- niveles de pandemia: la paliza. Si el objetivo del carnaval es la parodia y la sátira y el no dejar títere con cabeza -ejercicio hoy más necesario que nunca-, el éxito de esa agrupación no es caprichoso ni su premio se debe a una decisión arbitraria. Para llegar al público la chirigota propone un estereotipo en el que están representados esa vecina del bloque con la que la mañana se te esfuma si te cruzas con ella en la escalera, el bocazas del bar empeñado en aguarte la copa, ese compañero de la oficina sabelotodo que te detalla los pormenores del vuelo rasante del mosquito del zika antes del picotazo o la vieja de ambulatorio que después de conminarte a decirle a qué hora tienes la cita te hace un tercer grado sobre la causa de tu visita para a continuación abrasarte con sus dolencias.

Sin embargo Si me pongo pesao me lo dices es una metáfora que trasciende la narrativa costumbrista: el muñeco Juan son los españoles, su calva insistentemente golpeada con sadismo son sus cabezas, dianas de un campo de tiro sobre las que soltar a diario y sin interrupción un bombardeo masivo de fobias y paranoias personales, a ver si alguna de ellas acierta con el objetivo, prende y se extiende y se hace colectiva. Y se ametralla desde todos lados, desde izquierda y derecha y también desde ese lugar tan tramposo que llaman centro. Cuentan los tres sectores con avezados artificieros. Responden al nombre de opinadores, comunicadores, observadores, tertulianos, todos son expertos y disparan a mansalva desde los periódicos, las emisoras de radio y las cadenas de televisión. Ah, claro, también desde internet, donde comparten trinchera con toda esa ralea camuflada en el pseudónimo y el anonimato. Algunos suenan como si predicaran un sermón, otros como si arengaran a la tropa en el patio de banderas de la Academia de Zaragoza y el resto como si estuvieran dado un mitin en Las Ventas desde el convencimiento de que están captando feligreses para su secta o reclutando voluntarios para su legión o atrayendo más adeptos al partido. Y en los tres casos el discurso es muy antiguo y muy rancio. Pero sobre todo muy aburrido. Está claro: es eso a lo que se refería el menor de los Panero.

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