Punto de vista

antoni0 Sempere

'Cahieristas'

LA edición española de la revista Cahiers du cinéma está de celebración. Caimán, la publicación dirigida por Carlos F. Heredero desde sus inicios, que cambió de denominación por imponderables que no vienen al caso, alcanza su número 100 con un número especial que dedica 140 páginas al cine español. Todos los que, de una manera u otra somos cahieristas, aunque sea esperando en el punto de venta habitual su salida para bebérnosla completa ese mismo fin de semana, estamos de enhorabuena. Porque no ha sido fácil llegar hasta aquí. La mera supervivencia de una publicación en papel ya es una proeza. Siendo de temática especializada y con un alto nivel de exigencia, roza el milagro.

El número que ahora se lanza recoge un informe sobre lo mejor del cine español, década a década, para el que han sido consultados 350 especialistas. Yo no formo parte del dicho elenco, lo cual hubiese sido una excesiva responsabilidad dado que cada vez veo más difícil la tarea de confeccionar listas. Sin embargo, me precio de ser un verdadero disfrutón del cine español. Fiel a las salas hasta donde me llega la memoria, descorchando siempre los títulos de cine hecho aquí el día de su estreno y en el primer pase. Todo comenzó en aquellos cines de programa doble, en los que vi puntualmente, por qué negarlo, todas las películas dirigidas por Mariano Ozores, pero también las de Eloy de la Iglesia, Paco de la Loma, Ignacio F. Iquino, Regueiro o Aranda. Con la mayoría de edad llegó el traslado a la capital de la provincia, y el ritual de los viernes continuó, ahora asistiendo a pases únicos, del cine de Gutiérrez Aragón, Pedro Olea, Carles Mira, Carlos Saura, Imanol Uribe y Almodóvar. Ahí tomé carrerilla, y hasta hoy. Recuerdo haber visto muchísimos estrenos en la más completa soledad, en la sobremesa de un viernes, cuando todavía apenas existían los grandes complejos, y cada título se estrenaba en exclusiva en una sala: África, de Alfonso Ungría; Al final del túnel, de Jaime de Armiñán; San Bernardo, de Juan Potau. O con media docena de espectadores a lo sumo. Así decenas de viernes, y no exagero.

Hasta que, casi sin darme cuenta, llegamos a la época actual, donde en ocasiones continúa la tónica dominante, y exceptuando los grandes títulos arropados por las televisiones, seguimos en familia, siempre los viernes, y siempre entre las 4 y las 5 de la tarde, expectantes: La montaña rusa, de Martínez Lázaro; Tiempo sin aire, de Martín Mateos y Luque; La adopción, de Daniela Fejerman. Con el aliciente de la calidad de la proyección digital. Y ese es un disfrute no me puede quitar nadie. En lo que queda de año, todavía hay 30 viernes de estrenos españoles que saborear. Porque aunque no me llenen del todo, ser capaz de mantener el ritual me sigue haciendo feliz.

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