Singladuras

alfredo Asensi

El hombre en su jardín

EN El Bosco están los siglos del hombre desalojado, el hombre en la edad del voltaje fulminante de la carne y la pérdida, el hombre último medieval que presagia un extravío definitivo, el primer hombre renacentista que ensaya una visión como quien aprende a andar, en El Bosco está la censura de un tiempo, la sangre de la ortodoxia, la moral como conflicto, el dolor de ser, la violencia de imaginar, en El Bosco hay un aviso de Luteros y Erasmos, un surrealismo criminal, un gorrino vestido de monja, navajas, amputaciones, quebraduras, sodomías, llamaradas de azufre, las horas desmedidas del hombre desacoplado, el trauma sofisticado, hipnótico y circular de la gran orgía.

Todos los exilios y todas las servidumbres del hombre están en El Bosco, pintor de altercados, que hace una cosa que en su época no tenía nombre y ahora se llama ciencia ficción, la Edad Media termina con El Bosco, cuya retórica desenfrenada es capaz de lo imposible: transmitir el horror sin movimiento, sin sonido y sin realidad, en imágenes estáticas inagotables, subyugantes, revolucionarias en su dimensión onírica, en el alcance de su palpitación visionaria, imágenes que atraviesan épocas, que formulan sin cansancio de tiempo ni de mirada la neurótica pauta de un código estético deslumbrante. Invocamos una frecuencia de sobrecogimientos en los abismos de El Bosco, que aproximadamente es una adicción.

Ese temblor que uno siente por los pasillos del Prado cuando asume que está a punto de enfrentarse otra vez a El jardín de las Delicias se parece dolorosamente a una felicidad. El cuadro invita a una danza con el tiempo y con el hombre de la que se sale en un indefinible estado de transformación. Nos excitan igual las torturas que las lujurias. El Bosco es una experiencia sexual.

Frutas, animales, arquitecturas, cielo y agua, coreografías del desenfreno y la perdición, futurismos, sueños, turbaciones, aquí nacen Brueghel y Dalí y Max Ernst y toda una estética de la alucinación. Al servicio de la doctrina El Bosco diseñó un repertorio con el que cambió la historia de la pintura. Su jardín, su nave de locos, su mesa de pecados contienen, como pentagrama de un esguince atemporal, la densidad innombrable, el revelador indicio de lo que nunca se agota y nunca se conoce y jamás se explica: nosotros, el misterio.

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