Por montera

mariló / montero

Una gaditana en madrid

EL jueves casi me como a la camarera que nos atendió en una terraza de Madrid. Digo que casi me la como porque sólo en Andalucía sabemos lo que significa querer "comerte" a alguien, en éste caso, por el pedazo de arte que tuvo la muchacha.

Seis y media de la tarde. Hora a la cual llegué después de una larguísima mañana de un no parar de hacer gestiones telefónicas. Trapicheo de papeleo con el ordenador y pelea con la impresora. Paréntesis familiar, maravilloso, que provocó que mi prioridad fuera dejarlo todo para estar con mi familia ante la sorpresa que me habían preparado pero que tuvo un tiempo límite: la hora de comer. Y aquí empieza la carrera. Comida-reunión larga en recinto cerrado. Recogida en coche, recinto cerrado. A otra oficina, cuyo espacio era recinto cerrado. El caso es que entre el ajetreo matutino, las fuertes emociones y las prisas que me generaron estrés, quien suscribe llegó a las seis de la tarde a verse en medio de una céntrica calle de Madrid con una buena amiga. Ni ella ni yo habíamos parado un solo segundo. "Niña, estoy muerta, vámonos pa' casa, no?". "Hija, necesito fumarme un cigarrito, antes y luego... ya veremos. ¿No habrá por aquí una terraza tan selvática como refrescante?". Ella y yo conocemos las dimensiones de Madrid. Así que, giramos el cuello y tres toldos blancos que había cruzando el paso de cebra se convirtieron en esa "refrescante selva". Y allí nos sentamos. Desde la puerta nos alzó la voz una camarera risueña avisando de que enseguida nos atenderían. Salió una muchacha, zalamera, con el moño improvisao y nos preguntó: "¿Qué jaceí aquí-fueraZu-vay-a- morí!". Le respondí que estábamos ansiosas por un cigarrillo. "¿Puede ser un descafeinado con hielo y una tónica, por favor?". Y ella, rauda, se metió al restaurante y servidas volvió pa'dentro. Nunca más la volví ver. Al irnos, entré a pagar la cuenta.

Esa escena me recordó a cuando estuvimos cenando en el restaurante de hielo en Laponia que, teniendo forma de iglú, las cocinas se ubican en el centro. Sentímos tanto frío durante la cena que las piedras que mantienen caliente la comida de los platos nos las pusimos en el trasero. No entendimos el idioma de la camera pero sí su gestualidad corporal: qué poco vais a durar aquí. Enfiló su paso hacia la cocina, abrió su puerta donde ardían los fogones. Ardía en rojo vivo aquella cocina de Laponia como abrasan la calle de esta España nuestra. Así, que a la fresquita.

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