El balcón

Ignacio / Martínez

Pelea de gallitos

EL caso Pedro Sánchez es una muestra palpable de que las Juventudes Socialistas no son una buena escuela de estadistas. Esta historia está viciada desde el principio. Al todavía secretario general del PSOE se le llena la boca cuando proclama que es un elegido de las bases. Pero no. Es producto de un golpe palaciego. Del Palacio de San Telmo. Cuando en mayo de 2014 dimite Rubalcaba, se extiende la idea de nombrar sustituta por aclamación a Susana Díaz, pero hay alguien que estropea la fiesta: Eduardo Madina pide primarias y anuncia su candidatura. Y entonces en el sevillano palacio barroco se monta una farsa de Polichinela, una maniobra propia del concurso Gran Hermano. Se decide apoyar al rival más débil.

Con entusiasmo e insensatez juvenil la federación más poderosa del Partido Socialista se lanza a conseguir un récord de apoyos a favor de Sánchez. Contra Madina se muestra músculo, poderío. En una organización tan clientelar, en la que los puestos orgánicos e institucionales son medios de vida, una mayoría de las bases apuesta a ganador. No falta un apunte literario, cosecha de James M. Cain; el cartero siempre llama dos veces. El diputado sevillano Pradas apareció en Ferraz en junio de 2014 portando miles de avales para Pedro Sánchez, con una sonrisa victoriosa tan amplia que enseñaba todos sus dientes. Es el mismo Pradas que, con la boca apretada, llevó este miércoles a la sede central de su partido las 17 firmas en las que se declaraba la guerra al antiguo protegido de San Telmo.

Esa cólera de palacio arranca cuando Sánchez contesta el miércoles, con una voz que no le sale del cuerpo, al ataque que Felipe González le ha hecho en la SER. Allí desafía a Susana Díaz, conminándola a decir si está o no por la abstención. Sánchez está en campaña interna y sabe que dejar gobernar a Rajoy es impopular entre las bases de su partido. Declarada la guerra, la farsa continúa. Verónica Pérez en la puerta de Ferraz dice que es la única autoridad en su partido, como presidenta del Comité Federal, ignorante quizá de que la auctoritas supone un reconocimiento social que aquí no se da.

El mismo efecto produce oír a Luena. En danza, pesos pluma. O peor, pesos gallo: estamos ante una bandada de gallitos hilando con poca fortuna intrigas colegiales, en busca del poder. La consecuencia es la ruptura del segundo partido del país y un espectáculo patético. Probablemente ni Sánchez ni Díaz son la solución. Para recoserlo, sería menester una persona de más peso, de más autoridad. Tal vez alguien que no sea de la escuela cainita de las Juventudes. ¿La hay?

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