Calle Larios

Pablo Bujalance /

Españolitos

ME contaba una docente de un instituto de Secundaria que el otro día entró en la sala de profesores, donde había una docena de compañeros, y comentó como quien no quiere la cosa: "¿Os habéis enterado? Ha muerto Simon Peres". La cara de póquer que compartieron inmediatamente los presuntos delató que, cuanto menos, les costaba identificar al finado. Hablamos, claro, de gente con una licenciatura. A menudo, cuando trabajas en un periódico, tienes que pararte a pensar que hay un buen número de lectores que no saben de lo que estás escribiendo y que conviene, por tanto, incluir en la información todo aquello que uno da por sentado; no por una cuestión de ignorancia, sino porque, comprensiblemente, mucha gente presta sólo la atención justa a lo que no les resulta imprescindible. Uno piensa que todo el mundo va a ser quién es Simon Peres, pero no, ni lo sabe ni a lo mejor tiene por qué saberlo. Viene todo esto a cuento a tenor de los exámenes de cultura y Constitución que tienen que aprobar quienes aspiran a obtener la nacionalidad española, un trance del que dio cuenta ayer mi compañera Encarna Maldonado en su crónica. Al ver algunas de las preguntas que los aspirantes debían responder, era inevitable dudar sobre el número de españoles que conocen los meses que incluye el segundo periodo ordinario de reunión de las cámaras parlamentarias o el plazo de que dispone el Senado para decidir sobre un proyecto de ley. Por no hablar de los compatriotas que recuerdan tres artículos de la Constitución, tres versos de Antonio Machado o la localización de Guadalajara en el mapa político español. Resultaría divertido, quién sabe, examinar periódicamente a los poseedores del DNI para, a tenor de los mismos criterios aplicados a los extranjeros, dilucidar si lo siguen mereciendo o no. A ver qué territorio iba a recibir con los brazos abiertos a tanto apátrida.

La mejor definición de lo que significa ser español se la he leído al dramaturgo Eusebio Calonge: ser español significa no ser de ninguna parte. Ser de los caminos, de aquí y de allá, sin poner el huevo en ningún sitio. Por eso Don Quijote encarna a la perfección, tal y como advirtieron León Felipe, Azorín y Ortega (¿Algún nacional se acuerda de estos mindundis, seguramente gabachos?), el espíritu español: una inspiración nómada, un salir a campo abierto con la cabeza perdida a ver qué nos encontramos, con la casa de uno alzada en utopía a la que nunca se acaba de regresar del todo. Pero esto, ay, no cabe en carnet alguno. Posiblemente todo sería más sencillo si se preguntara a los aspirantes a españoles por las alineaciones de los equipos de primera, pero yo limitaría el examen a una pregunta: "Sabemos lo que usted quiere ganar, pero ¿qué está dispuesto/a a perder?" Y si no, siempre nos quedarán Portugal y su saudade.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios