Cambio de sentido

Carmen Camacho

El Nobel ausente

NO me refiero a Dylan. En 1956, Juan Ramón Jiménez recibe en Puerto Rico, sentado junto al lecho de muerte de Zenobia, la noticia de que le han concedido el Nobel. "¡Ahora!", dijo. Física o mentalmente, esposa y marido estaban al filo de la ausencia. Ella "apenas podía hablar, y cantaba villancicos", recordaría la enfermera, y Juan Ramón susurraba inconsciente, como por mímesis, una canción de cuna. Llegó la hora. "Dios no existe -gritó el poeta-: ¡Zenobia, Zenobia, Zenobia!".

Les escribo estas líneas desde San Juan de Puerto Rico, cerca de donde vivieron y murieron Zenobia y Juan Ramón. Vine deseando encontrarme con su memoria y mi emoción. Traje conmigo Por obra del instante, entrevistas al poeta en la edición de Soledad González Ródenas (Fundación José Manuel Lara). Paseo, miro, leo, converso.

Decía el poeta que Puerto Rico es buen lugar para vivir si se está sano. Estamos buenas: a vivir. Entre estas gentes y calles cuesta no decir: "¡esto es Cádiz!". Aquí, como en otros lugares de América, nuestros intelectuales en el exilio hallaron asiento a su patria movediza. Escribe Zenobia cuando Juan Ramón mejora: "Después de su retorno a Puerto Rico, ha ido recuperándose y (…) tiene la gracia, agudeza y salero de los mejores días; únicamente, un cierto dejo de melancolía deja traslucir la profunda tragedia que todos llevamos dentro. En él, España está perennemente presente".

Y es que el poeta puro, el señorito, tras el Levantamiento se declaró "del lado del Gobierno, de la República y del Pueblo", "libremente leal a la democracia y a mí mismo". Su compromiso lo fue en mucho por los niños, para quienes organizó, junto a Zenobia, ayudas dentro y fuera de España. El matrimonio rehusó tratos de favor, por considerar que eran los intelectuales los que debían ayudar "al Gobierno y al pueblo" y "no ellos a nosotros". Cuánto se aprende de la dignidad ajena.

El nobel ausente, se titula esta mi crónica sentimental desde el Caribe. No me refería a Dylan. Ni sólo a Juan Ramón. Hablo de Zenobia. En estos tiempos vindicadores de las intelectuales a las que la historia no les dio su lugar, siento a veces que la figura de Zenobia -que acá por 1937 disertaba sobre la mujer y los avances del movimiento feminista en España- se reclama, sí, pero a veces con conmiseración, como si acaso fuera la flaqueza -y no la consciencia- lo que la mantuvo junto al poeta. Su esposo la declaró la verdadera ganadora del Nobel. Merecedora Zenobia: ¡presente!

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