Político en cien días

Antonio Vargas Yáñez

Gorilas

EL sábado me pasé de frenada. Tomé el Metro en el barrio de La Luz dirección centro y terminé bajándome en la Ciudad de la Justicia ante el riesgo de acabar cerca de Los Asperones. A poco que aproveches el trayecto para descubrir en el periódico la capacidad de cualquier político de decir digo donde antes dijo Diego, te despistas y acabas yendo en dirección contraria. El Metro es un escándalo, que diría Raphael. Quizás sea en eso donde el autobús le gane la partida. Al final de sus líneas, siempre hay un atento conductor que te despierta y recuerda que, si quieres seguir, tienes que bajarte y pagar otro billete. En el Metro corriges tu despiste, cambias de sentido y pones los otros cinco en lo que estás. Vaya a ser que un trayecto de diez minutos se convierta en el paseo de un niño en carrusel con un supertivolino.

El parlamentario del PP Antonio Garrido, debía tener puestos sus cinco sentidos en otro asunto cuando hace unos día votó en la Comisión de Cultura del Parlamento andaluz a favor de declarar la Mundial Bien de Interés Cultural; lo que abre el camino para impedir su demolición y la construcción del hotel de Moneo. D. Antonio, hombre de rápidos reflejos, se percató inmediatamente de su error y solicitó la repetición de la votación. Pero D. Juan Antonio Gil, presidente de la comisión, diputado de Podemos y administrativo contable antes de enfrascarse en estas lides, no le gusta contar dos veces y le recordó que hay que estar más atentos. D. Francisco de la Torre no le dio mayor importancia al tema: ni al despiste de su compañero ni a la falta de cortesía parlamentaria de su adversario; y confió en que una nueva votación en sentido contrario (procedimiento ya ensayado en Málaga en más de una ocasión) resolvería el desaguisado. El jueves se volvió a votar en el Parlamento y se aprobó, otra vez con los votos a favor "por error" del PP, la inmediata declaración de la Mundial como BIC.

Hace tiempo que me contaron el chiste de un cazador que fue a matar gorilas, pero que en los casos en los que fallaba, tenía que ser violado por el simio. Después del cuarto intento, el gorila terminó preguntándole si realmente iba a la selva de cacería. A la vista de tanto trasbordo es difícil saber a dónde quiere ir más de uno, pero sospecho que el viaje va terminar costándonos más caro que el del edificio del Astoria. La duda es si no sabemos cazar gorilas o simplemente nos gustan.

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