La tribuna

Fernando Faces García / Profesor Del Instituto Internacional San Telmo

El ocaso de una era de abundancia

EL año 2008 lo recordaremos como el ocaso de una era de abundancia y final de una época en la que vivimos por encima de nuestras posibilidades gracias a un endeudamiento excesivo alimentado por el crédito fácil que nos ofrecían las entidades financieras. Han sido tiempos en los que la especulación ha determinado un espectacular crecimiento de la riqueza financiera sin el más mínimo soporte en la creación de valor de la economía real.

La codicia, la falta de transparencia y la gestión irresponsable de los riesgos de algunos ejecutivos financieros y los fallos de regulación y supervisión de las autoridades monetarias, unido a una ingeniería financiera creadora de valores ficticios, ha llevado al mundo al borde de la depresión. Sorprendidos e incrédulos, nos ha costado despertarnos de este sueño.

En un principio no le dimos importancia. Nuestro Gobierno y autoridad monetaria negaron la crisis afirmando que la fortaleza de nuestra economía y la solvencia de nuestra banca nos ponían al abrigo de cualquier riesgo de recesión. Durante el primer semestre de 2008 seguimos endeudándonos y consumiendo, sin querer reconocer no sólo que la amenaza de la crisis financiera era global, sino también que nuestra propia y particular crisis de endeudamiento excesivo, baja productividad y escasa competitividad, nos hacía especialmente vulnerables a la tormenta financiera.

Lo que al principio se percibió como una crisis de liquidez pronto se transformó en una crisis de solvencia, que ha estado al borde de provocar un colapso del sistema financiero internacional. En una actuación sin precedentes, los bancos centrales han bajado los tipos de interés hasta niveles próximos a cero e inyectado liquidez sin límite a los bancos. Por su parte, los gobiernos han capitalizado sus balances con recursos públicos y garantizado tanto los activos dañados como los depósitos de los clientes.

La crisis financiera ha acabado dañando gravemente a la economía real, dejando su huella en forma de una gran restricción del crédito y de un desplome de la confianza de las familias y de las empresas. En nuestro país esta situación ha generado la asfixia financiera de las empresas y el desplome del consumo familiar, provocando un espectacular y rápido incremento del desempleo. El Gobierno español, con cierto retraso, ha sobrerreaccionado con una serie de medidas un tanto improvisadas y dispersas, que tratan de paliar más los efectos de la crisis que sus causas.

Mientras tanto, en una rápida mutación, el fantasma de la estanflación se ha transformado en un inquietante riesgo de deflación. Ante esta situación, los bancos centrales están inundando el mundo de liquidez, con políticas monetarias cuantitativas y políticas de gasto público extremadamente expansivas, que pretenden evitar la deflación, antesala de la depresión. Son políticas novedosas y arriesgadas cuya eficacia dependerá de que al final se logre recuperar la confianza perdida.

El año 2009 será de transición, entraremos en recesión, los indicadores de crecimiento y empleo seguirán empeorando y, al mismo tiempo, gracias a la reducción de la inflación y de los tipos de interés, aquellos que logren mantener su empleo y su nivel salarial verán mejorar su renta disponible y su capacidad de ahorro.

En España, el ajuste será largo, ya que necesitamos reducir nuestro endeudamiento ahorrando más, adelgazando los balances de las empresas y reorientando nuestro tejido empresarial hacia un modelo productivo más competitivo y abierto hacia el comercio exterior.

Es un ajuste inevitable y una ardua tarea que necesita de una gran dosis de voluntad política para acometer grandes reformas estructurales en al ámbito público y privado, que exigirán un gran esfuerzo y sacrificio y que sólo se pueden acometer con el consenso de todos los agentes políticos, económicos y sociales.

Si acometemos esta tarea, en los próximos años iniciaremos una nueva era en la que dispondremos de menos crédito, reduciremos nuestras necesidades y nuestro endeudamiento, creceremos menos y no crearemos tanto empleo, pero será un crecimiento más seguro, estable y productivo.

Y como no hay mal que por bien no venga, las nuevas generaciones que se estaban educando en una cultura que premiaba la especulación, el derroche y la ganancia fácil y sin esfuerzo, van a tener la oportunidad de contribuir a la regeneración de aquellos principios y valores que estábamos destruyendo. Principios como la transparencia, la gestión responsable y la creación duradera de riqueza y valores como la austeridad, la responsabilidad, la solidaridad, la honradez, el esfuerzo y el trabajo; valores que al final han resultado ser pragmáticos y pilares imprescindibles para un desarrollo y bienestar sostenible en el tiempo y socialmente responsable.

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