Pasarela

Desmontando a las princesas

  • Ni la chica estaba tan dormida ni el príncipe era tan valiente. Disney ha ido deshaciendo sus propios antiguos mitos en sus películas.

Vivieron felices y comieron perdices, aunque las perdices por supuesto las tenía que cocinar ella. Durante 90 años Disney, la gran factoría de animación y sueños, no sólo se ha encargado de construir ensoñanciones a las familias de varias generaciones, sino que también ha reforzado muchos estereotipos: la princesa inútil, la madrastra malvada, el príncipe salvador o el padre sobreprotector. Pero cuando la sociedad cambia, exige que los clichés se eliminen y las princesas pasen de ser bellezas sumisas encerradas en un castillo a luchar por aquello que quieren sin la necesidad de contar con un hombre que las ayude. Cuestión de ir con los tiempos.

La primera princesa Disney, Blancanieves (1937), pasó de la tutela de su maléfica madrastra a ponerse al frente de siete encantadores enanitos, pero sin tener autoridad. Cenicienta (1950) estaba al servicio de su familia postiza y Aurora antes de ser Bella Durmiente (1959) fue recluida a una casa de campo con tres hadas buenas para evitar que el hechizo de Maléfica ejerciera poder sobre ella.

En las tres historias la mala del cuento les da alcance y el príncipe las acaba salvando con un tierno beso o la prueba de un zapato, sin ser otra cosa que el guapo rescatador que se convierte en el único destino de una princesa sin identidad ni personalidad propias.

Mulan (1998), Pocahontas (1995) y Ariel (1989) supusieron un cambio, pues fueron tres chicas rebeldes que ya empezaron a tener una opinión propia: Ariel no quería vivir en el mar junto a cangrejos y besugos varios; Pocahontas no quería verse sometida a los ingleses, colonizadores de su tierra; y Mulan desobedeció a su padre para suplantarle como soldado para defender a China. A pesar de ser 'princesas' diferentes, Mulan acabó renunciando al ejército para casarse y Ariel tuvo que enamorar al príncipe Eric prescindiendo de su voz, alejándose del sobrecogedor final del cuento de Andersen. La única que mantuvo sus ideales fue la princesa nativa americana, que dejó ir a John Smith para quedarse con su pueblo. A pesar de estar enamorado, John Smith no renuncia a su trabajo, todo lo contrario que Mulan. Y en la vida real Pocahontas sí que se marchó a Europa.

Las princesas animadas del siglo XXI tienen su propio objetivo en la vida, y si aparece un hombre en la historia se lo encuentran por el camino: Mérida en Brave (2012) es una valerosa arquera celta que tiene que luchar contra una maldición, y Rapuntzel en Enredados (2010) es una prisionera de quien cree ser su madre y que ansía sobre todas las cosas ver las luces del día de su cumpleaños. La relación entre Rapuntzel y Flynn Rider, que por cierto no es un príncipe sino un ladrón al más puro estilo Aladdin (inspirado por Tom Cruise, de 1992), transcurre entre iguales. Ella no sabe que es una princesa raptada y no se comporta como tal, de hecho sabe defenderse sola y a sartenazo limpio. Flynn ya no es un figurante ni un encorsetado príncipe sin nombre, sino un joven muy divertido y con muchas inquietudes, con ganas de pasarlo bien en la vida a costa de poco esfuerzo. Eso sí, hay algo que se mantiene desde que el príncipe Eric confundió a La Sirenita con Úrsula, la bruja del mar que se disfrazó de ella: todos los chicos Disney tarde o temprano terminan metiendo la pata. Y al final la gran estrella de la película, bien lo sabe el Capitán Garfio, es el malo, o la mala.

El cambio del rol de las villanas se puede apreciar en el ejemplo de Maléfica. El temor de La Bella Durmiente pasa de ser una bruja sin pasado ni piedad a una mujer despechada que maldice a la hija del hombre que la traicionó para acabar matándolo a él y llevándose bien con ella. Disney ha intentado demostrar que las mujeres han cambiado, pero sus personajes femeninos se siguen moviendo por los mismos impulsos, aunque sus roles han cambiado con el nuevo siglo, adaptándose al nuevo papel y destino que juegan las mujeres.

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