Pasarela

Aprendiendo a vivir

  • La extravagancia siempre definió a Manuel Benítez 'El Cordobés', y lo sigue haciendo a sus casi 80 años

Un tipo de éxito, con fama, dinero y mil féminas a sus pies, enamora a la chica humilde y guapetona que trabaja en su casa como asistenta. De sus encuentros furtivos nace un niño, del que su padre, extravagante y heterodoxo, se desentiende. La habitación de un hotel madrileño, el Wellington, cuando el bebé llamado Manuel, tenía 15 meses, pone el punto final a la historia, o eso pretendía el torero. "Tiene mi mismo pelo", dijo éste antes de marcharse dejando un fajo de billetes verdes y un reloj de oro. De eso ha pasado ya casi medio siglo, y no es la escena de ningún culebrón latinoamericano, aunque lo parezca.

Manuel Benítez 'El Cordobés' cumplirá el próximo 4 de mayo 80 años. Nació en Palma del Río en el seno de una familia humilde, él era el menor de sus hermanos. El pequeño Manuel se quedó huérfano pronto, quizás demasiado, pero su actitud ante la vida, arrolladora, pronto le hizo entender que no iba a quedarse en ese mundo de miseria que era el suyo. Su ambición hizo el resto. Encontró en la tauromaquia la salida económica que andaba buscando. No tenía formación ni sangre torera, lo que levantó la voz de los taurinos más clásicos, pero sí valentía. Aunque no son pocos los que han dudado de ello a cuenta de sus circunstancias personales. Benítez se vistió de luces por primera vez en agosto de 1969 convirtiéndose poco después en un ídolo, un icono, en un fenómeno social. El joven rebelde y su particular estilo paralizaba el país cuando su imagen salía en las pantallas en blanco y negro. Y no es un decir. Los negocios se cerraban cuando toreaba 'El Cordobés' ante la mirada de los más de 20 millones de personas que se sentaban delante del televisor para verlo "hacer el loco", como decían los puristas. Tras idas y venidas se retiró de los ruedos en 2002, aunque su tímido regreso hace un par de años en la plaza de su Córdoba dejó claro eso de que donde hubo fuego rescoldos quedan. Tanto interesaban las andanzas de ese 'bufón' del albero que llegó a protagonizar varias películas, la primera de ellas fue la autobiográfica Aprendiendo a Morir, en 1962. Luego llegaron Chantaje a un torero y Europe Here We Come. Muy propias todas. También se escribió un libro en su honor, No llevarás luto por mí, y su rostro ha sido portada de revistas del corazón, las mismas que le encumbraron como uno de los personajes más apasionantes del papel couché patrio. También enamoraba fuera siendo primera plana de publicaciones como Paris Match o Life. Como dato, tiene una calle en Las Vegas y otra en su pueblo, Palma del Río.

El imprevisible Manuel Benítez 'El Cordobés' fue 'cazado' por una mujer, la que él llama "la pantera" y que aún sigue siendo su compañera fiel. La bella francesa Martina Freysse acabó con la fama de hombre seductor y enamoradizo del diestro que sin ser especialmente guapo iba dejando a su paso una historia de secuelas amorosas, hijos no reconocidos, affaires y un romance en cada plaza. Se casaron en la ermita Nuestra Señora de Belén de la localidad cordobesa que vio nacer a Manuel. Fue en el año 1975 y tenían dos hijos. Luego llegaron tres más. Maribel, Manuel María, Rafael, Martina y Julio; éste último es el único que ha seguido los pasos de su padre en el mundo del toro. El único reconocido. Manuel y Martina, unos adelantados a su tiempo, desafiaron a la España franquista viviendo juntos y teniendo familia sin pasar antes por la vicaría. Entre sus compadres están Julio Iglesias y Raphael, padrinos de sus dos hijos menores.

La extravagancia de 'El Cordobés' fue la clave para su salto a la fama pero también la que le ha dado más de un quebradero de cabeza. Y se lo sigue dando. Esta misma semana increpó a varios periodistas que le preguntaron por la demanda de paternidad que Manuel Díaz le ha puesto para ser reconocido. Hay dinero de por medio, y también honor. Manuel Benítez nunca ha querido reconocer como hijo suyo a Díaz, el que supuestamente nació de su relación con María Dolores Díaz González, la joven asistenta de antes. Aquel niño, nacido el 30 de junio de 1968 y con el que, caprichos de la naturaleza, tiene un asombroso parecido, toma los apellidos de su madre, Díaz González, se cría con su abuela en Jaén y siente la llamada de los toros, mundo en el que logra triunfar y en el que aun teniendo dotes naturales para el toreo clásico se lanza por la senda bullanguera de su padre, del que utiliza su pseudónimo, al que idolatra y que considera como tal porque así lo demostró una servilleta de papel que Benítez tiró a la basura y que, tras las pruebas de ADN pertinentes, confirmó que en un 99,99% eran padre e hijo. Pero Benítez nunca cedió a los ruegos de ese abrazo en privado. Una vez coincidieron en el espacio y en el tiempo, fue en el Círculo Taurino de Córdoba en el que se estrecharon la mano y se sonrieron. Dice Díaz que cree que su padre no le reconoció. Esa fotografía, la única que tienen juntos, preside la entrada de su finca sevillana. Una cuestión de coraje.

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