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Fibromialgia, un dolor continuo de diagnóstico difícil

  • La padece cerca del 5% de la población, en su mayoría mujeres de entre 40 y 50 años. De causa desconocida, puede acarrear insomnio, rigidez matutina, depresión o ansiedad.

DOCTOR, no sé qué me pasa. Desde hace varios meses, justo después de la luxación que tuve en el hombro, el dolor dejó de estar sólo ahí y se ha pasado al resto del cuerpo. Me duelen las  piernas, los brazos, la espalda, el cuello, e incluso le puedo llegar a decir que en algunas ocasiones  siento que me duelen hasta las pestañas. ¿Es eso posible?, ¿será cáncer de huesos?. La gente que  me rodea me dice que me ven bien, que no tengo motivos para quejarme, que no tengo nada. Pero doctor, le prometo que sufro dolores las 24 horas del día, que me impiden dormir y que me tienen hundida en un sufrimiento constante. Incluso por miedo a que me critiquen, cuando el dolor se hace más intenso me intento escapar a algún sitio donde no haya nadie para poder llorar y así  desahogarme. Ayúdeme por favor, no quiero seguir viviendo así". La Fibromialgia es una enfermedad muy polémica hoy en día en nuestra sociedad. Se estima que la padecen hasta un 5% de la población española (más de 1 millón de personas), en su mayoría  mujeres en torno a los 40 y 50 años. 

 

Etimológicamente su nombre significa dolor de las fibras musculares, y es que aquellos que la sufren suelen acudir a nuestra consulta refiriendo dolor generalizado de más de 3 meses de evolución, presentando en muchas ocasiones otros síntomas acompañantes tales como insomnio, fatiga, rigidez matutina, depresión y ansiedad. Lamentablemente, la causa de esta enfermedad es aún desconocida, pudiendo desencadenarse tras un proceso infeccioso o incluso tras un trauma físico o emocional. Entre las múltiples teorías que existen, una de las más extendida defiende la presencia de una alteración en la concentración de determinado tipo de sustancias a nivel del sistema nervioso de estos pacientes, aunque realmente no existe evidencia establecida. 

 

Ante estos síntomas, el profesional debe realizar una adecuada anamnesis y exploración  (pudiendo valorar, entre otros, los famosos aunque poco fiables puntos gatillo de la fibromialgia), incluyendo, si lo considerase oportuno, la realización de pruebas complementarias (desde analíticas hasta pruebas de imagen y estudios neurofisiológicos), con el objetivo de descartar y excluir otras enfermedades diferentes que pudieran producir una sintomatología similar. Sin embargo, en la  mayoría de los casos, dichos análisis suelen presentar resultados no patológicos, es decir, se encuentran dentro de la normalidad. 

 

Las dificultades diagnósticas se complican con aquellas personas 'simuladoras' que, aprovechándose de  esta debilidad, consiguen ser erróneamente diagnosticados y alcanzan en ocasiones beneficios económicos por parte de las instituciones (bajas laborales, incapacidades permanentes, etcétera). 

 

Es por ello por lo que actualmente este cuadro se encuentra tan criticado, y en numerosas  ocasiones, estos pacientes que lo sufren, que deben vivir con el dolor, resignarse y acostumbrarse al  mismo, suelen ser etiquetados de mentirosos, quejicas, e incluso de sufrir 'la enfermedad de los  vagos', dando lugar a una exclusión social no solo por parte de los profesionales sanitarios, sino  también por sus propios compañeros de trabajo, amigos y familiares.

Un problema bioético para muchos profesionales

Los profesionales sanitarios nos encontramos por tanto ante un problema bioético importante: por un lado, tenemos que evitar realizar juicio de valores ante estos pacientes, pero a su vez, y de forma casi contradictoria, deberíamos ser capaces de identificar y excluir de este  diagnóstico a aquellos que simulan sus síntomas con el fin de obtener beneficios por ello. Como médicos, ante cualquier paciente que entre en nuestra consulta pidiendo ayuda (independientemente de que su sintomatología corresponda a una u otra entidad), es nuestro deber el aplicar el Juramento Hipocrático: "…en cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos: me libraré de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras…". 

Tratamientos. ¿Cómo se combate la fibromialgia? 

El tratamiento de esta enfermedad debe incluir abordaje farmacológico basado en analgésicos que actúan sobre el dolor neuropático, evitando en la medida de lo posible, utilizar de forma prolongada fármacos de tipo antiinflamatorio, opioides y benzodiacepinas. También es esencial el ejercicio físico predominantemente de tipo aeróbico de baja intensidad, como el yoga o el taichí, al menos 2 veces por semana. Asimismo, también se recomiendan terapias psicológicas predominantemente de tipo cognitivo conductual, en el que se trabajen, entre otros, el refuerzo positivo y diversas estrategias de afrontamiento y solución de problemas. 

Curso de la enfermedad. No es degenerativa y puede fluctuar en el tiempo

Incluso con tratamiento de esta enfermedad adecuado, la evolución natural de esta entidad suele ser hacia la persistencia de los síntomas de forma indefinida o crónica, siendo infrecuente la remisión y desaparición completa de los mismos. Pese a ello, los síntomas no empeoran gradualmente, por lo que no se trata de una enfermedad degenerativa, sino de un cuadro que fluctúa a lo largo del tiempo, presentando periodos limitados de mejoría y empeoramiento (frecuentemente asociados al estado de ánimo del paciente, pudiendo empeorar ante determinados acontecimientos vitales estresantes que aumenten el estrés y la tensión emocional). 

Contexto. Frustración y desconfianza entre profesionales

El desconocimiento de la etiología, la subjetividad de los síntomas que la caracterizan, la 

normalidad de las pruebas complementarias que se realizan y la escasa respuesta al tratamiento recomendado, no solamente producen gran frustración para el paciente con fibromialgia y para el médico, sino que además han dado lugar a que muchos profesionales lleguen a dudar y cuestionarse su verdadera existencia (a pesar de que la Organización Mundial de la Salud, desde el año 1992 la reconociera como enfermedad con el código M79.7 en el CIE-10 o lo que es lo mismo, en la Clasificación Internacional de Enfermedades). 

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