Sociedad

Hombre en el tiempo

EL último ensayismo europeo nos tiene acostumbrados a cierta propensión apocalíptica. En Baudrillard, en Lipovetsky, en Bauman, encontramos a un hombre trémulo y perplejo, definido por la espacialidad y transido por la desmemoria. El pensamiento de Lledó -su originalidad, su marginalidad si se quiere- viene caracterizado por un empeño de naturaleza contraria. Dicho empeño no es otro que el de definir al hombre a través del tiempo y la escritura; y en suma, el de sospechar en la naturaleza humana una cualidad memorística, una profundidad histórica, que los pensadores de hogaño niegan en pos de una humanidad celérica y desdibujada.

En sus dos obras más célebres, El silencio de la escritura y El surco del tiempo, lo que Lledó postula es esta temporalidad, consustancial al hombre, que se abre paradójicamente en la obra escrita. Para Platón, la escritura era una de las formas del olvido, a partir de la cual el hombre dejaría de ejercitar su memoria y la memoria de los suyos. Sin embargo, este olvido inicial, señalado por Platón, no es sino el inicio de una memoria más vasta. Gracias a la escritura -a su silencio inagotable y fértil- la palabra no sólo conserva su antigua palpitación, la huella cultural y anímica de quienes nos precedieron; antes bien, es el hombre que lee en cada época quien le otorga un nuevo sentido a lo leído. Este es, al cabo, el descubrimiento de Spinoza; si las Escrituras no eran ya la palabra de Dios, eran otro asunto no menos misterioso: el testimonio de hombres y de pueblos tragados por la Historia.

A esta temporalidad de doble vía se refiere Lledó cuando escribe que "el verdadero contexto de la escritura es, efectivamente, el lector". En el lector toma cuerpo la voz de los antiguos, y es el lector quien presta la elasticidad y la urgencia de lo vivo, "a las naciones de lo pasado y los pueblos de lo pretérito" (así habla Sherezade al comenzar la última noche de Las mil y una noches). En ese reavivarse constante del ayer es donde el hombre se despliega. A esa actualización y vigorización de la palabra muerta, Lledó la ha llamado cultura. Cultura es, pues, tiempo que vuelve, flujo inagotado, diálogo del hombre con su herencia. En buena medida, la obra de Lledó es eso mismo que postula: una vuelta, un regreso, una ascensión, desde la norma platónica al pensamiento fluvial de Heráclito el Oscuro.

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