TV-Comunicación

Incomprendido Dexter

  • Se avecina la catarsis del antihéroe en Fox Crime, que emite la última temporada de la serie.

Se podría identificar fácilmente como un ejercicio de suspense a través de matices, de miradas, obscenas, perversas, tan maquiavélicas como los ensayos forenses que su protagonista ejecuta con sus víctimas. Dexter es esa serie nacida de un autor que bien conoce los entresijos de la inadaptación humana, Jeff Lindsay, pues su casi bíblico protagonista vivió bajo el amparo de su propia personalidad, y de nadie más.

Dexter no mata a los que matan. Ello implicaría que, al volver a su acogedor apartamento con la brisa playera a sus espaldas, y el 'trabajo' hecho, debería acuchillar su cuerpo hasta caer muerto. Dexter ajusticia a la psicopatía que ronda por el mundo; es su naturaleza. Apuñala, decapita y desmiembra según su autoconsciente locura, redirigida y adoctrinada por un perjudicado padre al que la injusticia le arrebató todo lo que le quedaba de salud. De todas formas, sigue siendo muy particular la forma en la que Harry reprimió la sed de sangre de su hijastro. Hace lo posible por ver que Dexter supera las barreras de su sociopatía, y, en efecto, lo hace, pero después de acabar criando malvas. Es la misma sociopatía que le impedía, no amar, sino saber que podía hacerlo. Las enseñanzas de Harry, de sonreír a la cámara, de responder a un saludo, de no lanzar miradas furtivas a cualquier desgraciado... puede que no fueran el desencadenante de ello. Estaríamos suponiendo, pues, que por mucho que cueste admitirlo, Dexter es, finalmente, humano. Es capaz de matar por venganza, de matar por pasión y de proteger por amor. Es complicado pensar que algo tan inmenso como el amar se pueda inculcar, o se pueda enseñar. Es lo que propone una serie que sigue la humanización de un psicópata, con defectos, con un pasado y un futuro empañados en sangre. Pero que sea emocionalmente humano no significa que pueda dejar de matar. Sentir el cuchillo desgarrando la carne es algo que en él despierta la satisfacción, el éxtasis de la vida, que es, curiosamente, arrebatar otra. Lleva toda su vida reflexionando acerca de todo lo que le produce asesinar a un depravado, pero cuando se trata de sentir apego por otro ser humano, reflexiona sobre ello, pero no actúa en consecuencia. Por ello, esa parte de él que se dedica a matar, se diferencia de la que va destinada a sentir, a través del llamado oscuro pasajero.

Durante una primera temporada magnífica, dura como el hielo, Dexter experimenta los primeros pasos de su evolución como ser, más que social, familiar. Sin embargo, la cima de esta intensísima ópera televisiva es su segunda temporada. Aquí, cuando casi todo el país está centrado en la búsqueda del mayor asesino en serie de Miami (que es el propio Dexter), este personaje vive el miedo, siente como su vida no puede agarrarse al caos en el que se está sumiendo todo cuanto le rodea. Cuando le toca, le cuesta respirar; escuchar su corazón latir es lo más parecido a pegar la cabeza a las vias de un tren. En las siguientes, comprende lo traicionera que puede ser una amistad convenida, lo peligroso que puede resultar alejarse de los que te quieren, y todo para acabar acercándose a un ser que encarna el horror. De hecho, cada una de las cuatro temporadas de Dexter podría resumirse en un concepto ( fraternidad, intimidad, amistad y paternidad), detrás del que se despliega una inmensa telaraña de expresiones tanto humanas como inhumanas. Ciertamente, Dexter evoluciona, se hace a si mismo, pero ello no conlleva a que no pueda cometer los mismos errores que en el pasado. Las amistades, que nunca entenderá, siempre le acaban llevando a la desgracia, como a la mayoría de personas que necesitan sentirse compenetradas con otras, y no les importa depositar su confianza en alguien al que (erróneamente) creen entender.

Pero el viaje de este profundísimo asesino en serie llega a su fin. El canal de pago Fox Crime trajo anoche, de madrugada y en VSO, a España el primer capítulo de la última entrega. Tras una séptima temporada oscura, alejada de los índices de comedia negra que siempre dejó tras de si, se avecina la catarsis del antihéroe más polémico de la telelevisión, el mismo al que se le cuestiona en charlas de bar, o al que se le anima a continuar desde el sofá. Es y será pasto de una sociedad que evoluciona con él, que con el paso del tiempo determinará si matar puede o no significar hacer el bien. A estas alturas, Dexter lo tiene más que claro; han sido ocho largos años de lucha contra la perversidad, contra el mal que aleja al hombre de su estatus de ser humano. No deja de ser un monstruo, aunque no es complicado empatizar con ese ser, pues toda persona ha sentido en algún momento de su vida que alguno de sus actos era propio de alguna clase de monstruo.

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