TV-Comunicación

El trono que carboniza

Todos llegan con los humos subiditos, creyendo ser los reyes del mundo. O del mando. De lo que han de ver los españoles en sus casas. A las pocas semanas aparecen los contratiempos: presiones desde todos los frentes políticos, quejas sindicales y problemas en cualquier sección, especialmente en el mastodonte de Informativos. A los pocos meses llega el hastío, pese a toda la buena voluntad. En una cima "de una montaña de dinero", como insiste en describir el consejero delegado de Mediaset, Paolo Vasile, el máximo responsable de RTVE termina anegado de problemas y sintiendo la soledad, especialmente desde el entorno de quienes le han nombrado. Está abocado así al cese o a la dimisión. A la huida. Ese el resumen de la breve historia de Leopoldo González-Echenique al frente de Prado del Rey, que dimitió este jueves, pero no es demasiado diferente a la de su antecesor, el anciano Alberto Oliart, que dejó la casa en un estado de vacío de poder durante más de un año. Los dos presidentes de RTVE nombrados por Rodríguez Zapatero estuvieron nombrados para un período de seis años, al margen de los vaivenes de la política, pero pese a esa protección institucional, no hay valor para estar más de dos años y medio en la silla principal de la corporación.

En los últimos treinta años en la historia de RTVE sólo dos gestores han resistido más de un trienio en Prado del Rey. Uno de ellos es José María Calviño, al que le tocó la etapa imperial del felipismo, entre el 82 y el 86. Limpió la corporación de cualquier rastro franquista en los tiempos del monopolio, cuando las dos cadenas eran una poderosa y crucial influencia. El relevo por Pilar Miró se lo tomó mal. Él y su facción, la guerrista.

El otro exponente forma parte del tiempo de mayor desatino del entonces ente público, el del tardofelipismo. Catastrófico en su contexto y apocalíptico en la gestión. Jordi García Candau estuvo entre febrero del 90 y mayo del 96. Fue el que emprendió el combate contra las privadas que, de inmediato, se le subieron a las barbas a una soberbia TVE. Esa guerra por pisotear a las recién llegadas se tradujo en una deuda feroz que se agravó durante los períodos de los directores nombrados por Aznar y que culminó con el ERE de Carmen Caffarel, la primera directora de Zapatero, tras asumir el Estado la deuda de más de 7.000 millones de euros. RTVE ha sido un juguete muy caro y no siempre ha estado en las mejores manos.

Luis Fernández, el primer presidente de la ya corporación, respaldado por más de dos tercios del Congreso y Senado, debía vivir una etapa generosa y sobrada de medios. En 2009 Rodríguez Zapatero aceptó el cambio de modelo de financiación, a imitación del impuesto en Francia, eliminando la publicidad de TVE, y Fernández se marchó antes de aceptar la nueva fórmula. Lo que se vislumbraba como la etapa más dulce de la televisión pública ha ido rematándose en administraciones caóticas y ajustes imposibles. Pese a tener un presupuesto de 1.500 millones de euros, el primer año completo de Fernández concluyó con un déficit de 71,8 millones. González-Echenique ha tenido un déficit cada año de 113 millones, pero su presupuesto no llegaba a los 1.000 millones. La SEPI, organismo que tutela las corporaciones públicas, no llegó con el salvavidas de 130 millones anunciado el verano y el último presidente de RTVE se ha ido desencantado y bien molesto con los mismos que le propusieron.

Entre quienes no pudieron con las presiones u optaron por seguir su carrera en más cómodos tronos, la historia de RTVE está unida a nombres que no aguantaron más de un bienio: Luis Soplana, Pío Cabanillas, Mónica Ridruejo, Fernando López-Amor...

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