Toros

El dulce toreo de Morante

  • El sevillano corta una oreja en Málaga en un festejo que no pasó de entretenido y con constantes y justas protestas por el desastre ganadero. Manzanares se hizo con otro trofeo.

Ganadería: Cinco toros de Zalduendo y uno –el primero– de Juan Pedro Domecq. Pésimo encierro de aceptable presentación y muy flojo, con algunos astados inválidos. 

TOREROS: Enrique Ponce, de grana y oro. Pinchazo y media (saludos tras ovación). Dos pinchazos y descabello (saludos tras ovación y aviso). José Antonio Morante de la Puebla, de verde y oro. Media caída y descabello (algunas protestas tras aviso). Estocada (oreja). José María Manzanares, de sangre de toro y oro. Estocada (oreja). Pinchazo recibiendo y media (saludos tras ovación y aviso). 

INCIDENCIAS: Plaza de toros de La Malagueta. Viernes 22 de agosto de 2014. Lleno.

Después de un baile de corrales, el encierro de Zalduendo precisó de un remiendo de Juan Pedro Domecq, que abrió plaza. Si en la apariencia, el listón  no pasó de aceptable, en cuanto al juego fue desastroso, con toros flojísimos; algunos de ellos inválidos. Parte del público, que protestaba airadamente la decisión de la presidencia por mantenerlos en el ruedo, cambiaba de criterio al cambio de tercio y batía palmas con mucha fuerza, como si los toros se hubieran transmutado en astados con poder. Y todo ello, con el tercio de varas convertido en un simulacro; algo que, por otra parte, es habitual en estos tiempos.

Con el citado material, Morante logró los mejores pasajes, varios de ellos vividos con pasión tanto por el torero como por el público y que sirvieron para endulzar el festejo. Manzanares fue premiado generosamente con un trofeo de su primero por una faena sin peso y brilló al natural en el sexto. Y Ponce perdió premio en el cuarto por la espada, tras argumentar una labor meritoria.

Llegó ese fino repostero en tauromaquia llamado Morante de la Puebla y convirtió el ruedo de La Malagueta en una especie de torta loca gigante, a la que añadió caprichosamente algunos de sus ingredientes especiales, como azúcar, en unos naturales soberbios, y canela, canela fina, en tres muletazos con la derecha a cámara lenta que pusieron al público en pie. Sucedió ante el quinto, un animal sin picar, protestado porque no se mantenía en pie de salida. Ya se le había caído al sevillano en un quite por chicuelinas y las protestas se debieron escuchar en la calle Larios. Pero el fino confitero tomó la franela y con recursos gallistas imantó al toro por momentos y enloqueció al personal, que ovacionó constantemente una faena con varios destellos de suprema calidad. Como esta preparación de dulce superior fue a más, con esos pases maravillosos al ralentí, Morante únicamente precisó de una estocada para ganar merecidamente una oreja, aunque el público solicitó las dos. Con el manso e inválido segundo, el de La Puebla no se dio coba y finiquitó al animal de inmediato.

Manzanares, realizó una faena compuesta y estética al noble y flojísimo tercero, que perdió varias veces las manos. Como el acero entró a la primera, paseó una oreja por el anillo. Varios remates marcados por la plástica, fueron de nota, como una trincherilla. Con el colorao sexto, bien armado, mostró un toreo de más quilates, especialmente con la zurda –el mejor pitón del toro, el izquierdo–. Tras un muletazo por la espalda escalofriante, hubo cambios de mano o trincherillas de gran calidad, así como un monumental pase de pecho tras largos y bellos naturales.

Enrique Ponce, que recibió el Capote de Paseo por la mejor faena de la pasada edición, de manos del alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, al término del paseíllo ofreció su mejor cara ante el complicado cuarto, un ejemplar con varias teclas que tocar y que no se entregaba, rematando arriba al final de cada suerte. El valenciano, tras un comienzo genuflexo para ahormar la embestida, derrochó paciencia e inteligencia para ir metiendo al animal en el cartucho. Con la diestra consiguió embarcarlo en una templada tanda y brilló en otra, muy ovacionada por el público, con ligazón. Luego, con el toro a medio gas, acompañó las acometidas en un epílogo ya con predominancia estética. El público ya soñaba con volar el pañuelo, pero dos pinchazos y descabello dejaron el reconocimiento en una fuerte ovación. Serio y agradecido y firme y ceremonial como una gaviota que presidió la corrida desde un tejadillo de sombra, saludó Ponce al cónclave.

Un Ponce que se las vio en primer lugar con el ejemplar de JuanPedro Domecq, noble, flojo, algo distraído que tras una gran tanda con la diestra se rajó de inmediato y frustrar la labor.

En un festejo que no pasó de entretenido y con constantes y justas protestas por el desastre ganadero, lo que tuvo mayor relevancia y se vivió con más fuerza fue el dulce toreo de Morante. 

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