Toros

Morante de la Puebla marca diferencias con la pureza y naturalidad de su toreo

Con una oreja por torero se saldó la segunda corrida de la feria de Fallas de Valencia. Faena magistral de Morante de la Puebla, que marcó las diferencias entre la naturalidad y el esfuerzo, entre la sutileza y la técnica defensiva, entre el temple y la ligereza, entre la intensidad y lo insustancial.

Esa obra de arte fue la que el diestro sevillano le hizo al cuarto toro de Victoriano del Río, un animal de buen fondo pero muy justo de raza y de bríos al que, generoso e inteligente en la estrategia, Morante supo administrar perfectamente con pausas oportunas y suavidad de muñecas. Sobre ese entramado técnico, aprovechó plenamente la dulzura del toro desde que lo acunó ya en tres mecidas verónicas que le dieron un vuelco a la tarde. Porque, después de tener que abreviar con el reservón que le salió en primer turno, desde ese mismo momento del quite, el artista se entregó por completo para sacar a la luz el toreo mas hondo de la tarde. Abierta con bellos ayudados por alto, la faena de Morante estuvo marcada por la majestuosa sencillez y la bella simplicidad del toreo más clásico, sin forzar nunca la figura para que fueran los vuelos de la muleta los que condujeran con ajuste y largo trazo unas embestidas cada vez más ralentizadas por el temple. Con la izquierda y con la derecha, en lo fundamental y en los adornos airosos, Morante desplegó un toreo de gran intensidad que quizá no encontrara un buen contexto entre el sector más festivo del público, que, tras un pinchazo y una gran estocada de valiente ejecución, no pidió para el sevillano la segunda oreja que su faena mereció con creces.

Los otros dos trofeos de la tarde llegaron así por una vía muy distinta. A El Juli, que falló con la espada en el segundo, se lo dieron para premiar su voluntarioso empeño con el insulso quinto. Antes que el madrileño ya había paseado su trofeo el sevillano Daniel Luque, que durante toda la tarde hizo mejor las cosas con el capote que con la muleta. Con el tercero, que se apagó pronto, fueron básicamente los efectismos finales cerca de los pitones los que le granjearon el trofeo. En cambio, le faltaron mayor autoridad y compromiso con el sexto, un toro cinqueño que sacó movilidad y temperamento y al que Luque toreó con ligereza y buscando más el adorno accesorio que la parte mollar de la tauromaquia, esa que Morante ya se había encargado de mostrar envuelta en una profunda estética.

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