Pregón taurino

"El matador de toros nos enseña a vivir"

  • El escritor Fernando Sánchez Dragó reivindica la tauromaquia, de entre las bellas artes, "la de mayor rango", como "una permanente lección de ética".

"Polemista feroz y místico reflexivo", como lo describió en su presentación el periodista y columnista Ignacio Camacho, Fernando Sánchez Dragó ejerció ayer tan sólo de lo segundo en el pregón inaugural de la temporada taurina, "uno de los más altos honores" que según aseguró le ha deparado su vida. Al mediodía, en el Teatro Lope de Vega como es costumbre, después de las intervenciones del teniente de alcalde Gregorio Serrano y de Camacho, y tras sonar, interpretado por la Banda Sinfónica Municipal, el muy castizo y aún más taurino pasodoble Suspiros de España, lo primero que hizo el escritor fue persignarse. "Aunque no sea hombre de fe y hará más de 50 años de la última vez que me santigüé, voy a hacer como los toreros", dijo, suscitando la primera ovación del público que abarrotaba el patio de butacas. 

"No hay, a mi juicio, suficientes palabras en el diccionario ni en todas las páginas escritas por todos los autores premiados con el Nobel para describir la belleza, la hondura, la emoción y la pedagogía, ética y estética, que hay en una corrida de toros", afirmó el escritor, cuyo pregón, repleto de referencias literarias y cultismos, apasionado y a veces irónico o levemente jocoso, osciló entre el relato de sus recuerdos fundacionales o especialmente señalados de aficionado a los toros y la celebración de la dimensión literaria y sacramental de la tauromaquia. 

"Yo voy a los toros como quien va a misa. Cada aficionado ve en los toros lo que quiere ver. Arte, espectáculo, panem et circenses, deporte, lidia, caza, alarde, ritual, entretenimiento, catarsis, danza de la muerte... Todo eso es verdad, pero yo, en los toros, veo religión: un sacramento", afirmó Sánchez Dragó, que recurrió a una de sus queridas citas de los remotos saberes orientales -en este caso de Krishnamurti: "Haz lo que temes y el temor desaparecerá"- para justificar su convencimiento de que el toreo, amén de una "sublime manifestación estética", constituye una "escuela de valentía, algo que los españoles siempre han apreciado", y por esto, y sobre todo, es también -sostuvo- "una permanente lección de ética". "Eso hace el torero cada vez que se enfrenta a un toro de poder a poder, temiéndolo, pero sin huir, sin amilanarse, sin dejar que el temor lo paralice. ¿Temor a qué?, cabría preguntar. Temor, respondo, a lo único que de verdad tememos todos, los toreros y quienes no nos vestimos de luces. Temor a morir, y por eso el torero, el matador, cuando torea y vence al toro, matándolo nos enseña a vivir, y cuando es el toro quien vence y el torero muere, en la arena o en el hule, el héroe difunto nos está enseñando a morir", añadió el escritor, que salpicó su pregón con citas-homenaje a pregoneros de otros años, desde colegas como Mario Vargas Llosa y Aquilino Duque a filósofos como Francis Wolff y políticos y diplomáticos como el británico Lord Garel-Jones. 

El suyo, su pregón, titulado Un paseo por el valor, el honor, la religión, la cultura y la muerte, quiso ser, según reconoció, "un canto a la amistad, a la fraternidad y a la bondad", tres "virtudes propias del toreo, de quienes lo practican y de quienes, como nosotros -aseguró lavantando la vista hacia el auditorio-, gustan de él y con él se emocionan". "La tauromaquia es, entre las bellas artes, la de mayor rango, puesto que en su órbita giran todas las demás: la pintura, la escultura, la literatura, la música, el teatro, la danza e incluso la arquitectura", proclamó el escritor, que poco después amplió su comentario de una de esas tres virtudes para él esenciales e inamovibles del toreo, que es "ejercicio de fraternidad, pero no de igualdad", pues aquél "nos recuerda o nos enseña que no somos sólo animales". Y en este punto se apoyó en otra de sus abundantes citas literarias, ésta de El libro negro de Papini, que escribió: "El triunfo sobre la fiera sensual y agresiva es la proyección invisible de una victoria interior. La corrida constituye el símbolo pintoresco y emocionante de la superioridad del espíritu frente a lo material, de la inteligencia frente al instinto". 

"Literatura, pensarán ustedes... Y acertarán, pues de su mano, de la mano de los libros, llegué yo a los toros", reconoció poco después el escritor; pero "no literatura lírica, sino épica". Fiesta, por ejemplo, la novela de Hemingway. Para cuando la leyó ya tenía grabado a fuego su "primer recuerdo taurino" en forma de "memento mori". Fue el 29 de agosto de 1947, él tenía 11 años y una de las muchachas que se ocupaban de las faenas domésticas en su casa iba por los pasillos, descompuesta, gritando "Han matado a Manolete, han matado a Manolete". "De él, entonces, yo sólo sabía que era un torero; y de la muerte, como todos los niños, prácticamente nada, a pesar de que mi padre había sido paseado en Burgos antes de que yo naciera. Aquello me llegó muy dentro, quedó indeleblemente grabado en mi memoria", dijo. Sin embargo, fue la lectura de aquella novela de Hemingway lo que "de verdad" le "indujo a acudir a las plazas de toros, a los encierros, a los tentaderos y a las dehesas". Guiado por aquel escritor fornido, inflamado de testosterona y suicida que "fue y sigue siendo una persona muy importante" para él, "un modelo a seguir, un maître à vivre", Sánchez Dragó se inició en el gusto y la admiración por "la vita pericolosa". 

Dedicado a Curro Romero -"Dijo de él [el crítico taurino y escritor costumbrista Antonio Díaz] Cañabate: Viene pidiendo poetas, y no seré yo quien lo corrija. Va por usted, maestro, si estás en la sala, y si no también. Quien te hizo rompió el molde de la torería. Abril, en Sevilla, es menos abril desde que te fuiste"-, el pregón del escritor vino a dar la razón, de principio a fin, a las palabras que le había dedicado antes Ignacio Camacho, convencido éste de que la tauromaquia "representa para Dragó un compendio de los grandes misterios de la vida en torno a la presencia del peligro y de la muerte". Dijo también el periodista sevillano que "lo único que resulta tan español como un taurino es un antitaurino", y de este debate, especialmente agitado en los últimos tiempos, también se ocupó el escritor en los últimos minutos de su intervención. "Hay que ser muy inculto para no saber que en esta querella fue el pueblo llano quien una y otra vez, sin traicionarla nunca, se colocó del lado de la Fiesta", afirmó el pregonero, que, tras recordar el "empaque" social de los toros durante la Segunda República, advirtió a "la izquierda española y a la -por nacionalista- antiespañola", con sorna y categóricamente, de que deberán "retocar y afeitar los pitones de su historia si insisten en el empeño de forjarse un pasado antitaurino". 

Dragó terminó su pregón, en el momento en que se le vio más emocionado, leyendo una columna suya de 2012 donde relataba su viaje a Nimes para asistir a la triunfal encerrona de José Tomás en septiembre de aquel año, lo cual no pudo hacer a la postre porque el nacimiento de su último hijo le obligó a regresar a España. Esperanza Aguirre, la pregonera del año pasado, muy fotografiada a su llegada, presenció el acto en el Lope, donde también estuvieron el alcalde, Juan Ignacio Zoido, y el teniente de hermano mayor de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Javier Benjumea Llorente, entre otras autoridades y personalidades de la sociedad sevillana. 

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