Toros

Un enfibrado Adame corta una oreja de un importante toro

Se ponía la tarde en Madrid sin que la corrida del Montecillo acabara de romper en ninguno de sus cinco primeros toros. Pero todavía quedaba el sexto, de nombre Adobero, que tras recibir un medido castigo en varas respondió en la muleta con un fondo de bravura y emoción en sus embestidas.

Un buen toro de Paco Medina con el que había que estar muy centrado, sin ninguna duda y muy de verdad para aprovecharlo convenientemente. Aquí surgió un gran Joselito Adame, que firmó una de las faenas más compactas de lo que va de feria, pues a base de fibra, aplomo y mando logró pasajes bien hilvanados de notable componente artístico.

Ya con el capote se vio la disposición del torero hidrocálido. Saludo a portagayola, aunque tuvo que resolverlo echando cuerpo a tierra, garbosos lances a la verónica, galleo por chicuelinas y vistoso quite por lopecinas, o zapopinas, que dicen en México.

El secreto, ya está dicho, fue cuidarlo en el caballo para que no se viniera abajo en la muleta como lo habían hecho con anterioridad sus cinco hermanos. El brindis al público hacía presagiar que aquello no iba a ser un mero trámite, que allí había un "torero macho" dispuesto a poner toda la carne en el asador para remontar la tarde y para lograr un triunfo muy necesario para él.

Estatuarios sin enmendarse y bellos remates por abajo para sacarse al toro a los medios, dieron paso a una primera serie a derechas de mucha suficiencia.

La plaza empezaba a calentar motores, y no era para menos, ya que Adame siguió con la misma actitud, la misma quietud y el mismo mando, virtudes acrecentadas por el gusto y, en ocasiones, hasta el relajo delante de un toro que embestía como un obús, con mucha transmisión.

Faena enfibrada, de mucho corazón y notable mérito. Es verdad que faltó un punto más para que fuera de dos orejas, pero como fuere, y tras una estocada ensayando la suerte de recibir, los tendidos se convirtieron en una marea blanca en demanda de un trofeo que se había ganado a sangre y fuego. La ovación a Adobero en el arrastre fue también un digno y merecido reconocimiento.

Las lágrimas de Adame hablaban por sí mismas de la importancia de este triunfo para él, sobre todo después de que su primero se inutilizara en la primera tanda con la muleta, partiéndose la mano izquierda. Una pena.

El francés Juan Bautista volvía a Madrid tras un año de ausencia y, a decir verdad, no fue regreso esperado, pues no se le vio compromiso alguno en toda la tarde. Es verdad que sus toros apenas dijeron nada, pero él, con una voluntad más bien aparente, estuvo mecánico y demasiado ligero.

Tampoco resolvió nada del otro mundo Alberto Aguilar, y eso que hubo un conato de emoción en las primera parte de faena a su primero, toro que sirvió por el pitón derecho aunque viniéndose abajo también pronto.

El madrileño pegó muletazos más o menos enjundiosos y componiendo bien la figura, mas las series fueron demasiado cortas, lo que, tras la falta de comunión al natural, hizo que la faena se viniera abajo hasta quedar prácticamente en nada.

En el quinto le faltó también más ajuste a Aguilar, que abusó de torear al hilo a un toro que tuvo buenas arrancadas iniciales, aunque se quedaran en las probaturas. La estocada que agarró, sin duda, lo mejor.

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