JAVIER IMBRODA. ENTRENADOR DEL UNICAJA EN LA TEMPORADA 1994/95

"Si el triple de Ansley entra sólo hubiera cambiado el tamaño del trofeo"

  • En las entrañas de Ciudad Jardín, sentado en el banquillo desde el que dirigió aquella hazaña, el técnico relata qué ocurrió en aquella mágica temporada del subcampeonato

Javier Imbroda Ortiz (Melilla, 1961) tenía 34 años en aquel mágico mes de mayo de 1995 en el que el Unicaja se convirtió en el orgullo de Málaga. Era el guía desde el banquillo de aquel boom sin par del baloncesto en la ciudad. Quien lo vivió asegura sin vacilar que aquello es irrepetible y que no se vivirá nada igual. 20 años después, Imbroda entrena al Medacbasket en Primera Nacional y luchará por ascender a EBA a finales de mes. Los grandes banquillos parecen de otra época en su carrera. Pero aquel equipo llevó su indeleble huella. Sentado en un banquillo de Ciudad Jardín se mete en el túnel del tiempo.

-¿Aquel triple lo sigue tirando Ansley?

-Era el hombre. Si se volviera a repetir la situación sería idéntica. Ya le hubiera dejado la situación de si era de dos o de tres, a su nivel de confianza, ahí entra en juego el talento del jugador. El banquillo deja de tener importancia. Mike era un jugador decisivo en su manera de ver el baloncesto.

-¿Cómo le explicaría a alguien que no vivió aquello qué pasó aquel mayo del 95?

-No es fácil de explicar una temporada mágica. Ahora que veo al Unicaja con cuatro derrotas consecutivas nosotros pasamos algún momento así, con tres derrotas seguidas. No estábamos acostumbrados. Íbamos arriba y te entran las dudas. En general fue una temporada mágica, inesperada. No veía más allá del siguiente partido, cada uno era el último. Ganamos confianza conforme avanzaba la competición y nos sentíamos cómodos y respetados.

-¿Cómo era ese equipo?

-Éramos muy incómodos, difíciles de superar atrás y con jugadores con mucho talento ofensivo como Mike Ansley o Babkov. Y los nacionales siempre aportaban. Nos lo empezamos a creer y se lo transmitimos a la grada. Aquí éramos uno. El rival venía a jugar contra 6.000. La afición nos garantizaba resultados. Metíamos una canasta y parecía que valía 10 puntos. La afición era una muralla defensiva. Es difícil de explicarlo. Fuimos capaces de ganar madurez durante la temporada. Llegamos al play off ganando en Sevilla en la prórroga y ya nos metíamos en Europa la siguiente temporada. Fue una sensación maravillosa. Un equipo tan joven podía estar compitiendo con los mejores.

-La historia decía que de Barcelona, Madrid y Joventut no se salía en los finalistas. ¿Cómo se les miraba?

-Nos veían con preocupación y admiración. Fuimos el primer equipo que rompimos esa barrera. Se sumaron después TDK Manresa, Tau, Caja San Fernando... Pero esa barrera psicológica parecía insuperable. Todo estaba montado para que el Madrid y Barça dominaran. Han pasado 20 años y el Unicaja ha ganado un título con infinitos recursos económicos mayores que entonces. Cuando pasa el tiempo, analizas ves qué jugadores y qué inversión se ha hecho... Aquel equipo era 80% de la cantera y consiguió algo impensable. La perspectiva del tiempo hace crecer aquella gesta. Romper ese monopolio y encima decirle al Barça 'te quiero ganar' estaba fuera del guión establecido, era algo nuevo.

-Se habla mucho de la pasión y el corazón de aquel equipo. ¿Qué tenía baloncestísticamente?

-Con pasión sólo te lo puedes pasar bien, pero cuando hablas de competición era un equipo que descansaba en la defensa. Ofensivamente la distinción la marcaban Ansley y Babkov. El equipo jugaba en función de ese talento. Nacho era un base muy organizado, con la cabeza muy buen amueblada y llegaba hasta donde sabía, equilibraba con el apoyo de Curro Ávalos y Serrano. El juego colectivo partía de una defensa extenuante. Aprovechábamos las cualidades de cada uno. Miller no era muy grande pero era muy brutal intimidando. El equipo rival siempre tenía dificultades para encontrar nuestras debilidades. Disfrazábamos nuestros puntos débiles y jugábamos con sentimiento.

-Aquí se recuerda aquel quinteto inamovible de Mario Pesquera en Caja de Ronda con cinco fijos. Usted ya empleaba una rotación más larga.

-El básket evolucionaba. Al intentar jugar a toda cancha se requería mucho esfuerzo y, claro, había que rotar. Todos eran importantes. Quería que los jóvenes dominaran toda la cancha. Otro baloncesto.

-¿Era un equipo insolente?

-Insolente, descarado y molesto. Cuando juegas contra grandes presupuestos y estructuras, les poníamos en entredicho, les dejábamos en evidencia y les tocábamos las narices.

-En la sala de prensa se jugó otro partido, se recuerda mucho a Aíto. De hecho, se diría que la afición nunca le perdonó.

-Sí, pasaron cosas (risas). Sentimos el miedo que tenía el Barça, yo lo percibí. Ellos no estaban jugando la final que imaginaban, un paseo. Llegamos y ganamos bien allí el primer partido. En el autobús del Palau al hotel gritaban en el bus "¿qué se creían? Ahí la tenéis. Y ahora, por el 0-2". El segundo partido allí lo perdimos por uno. Era un grupo de jóvenes sin experiencia de estar en estas lides. En una final tienes que tener el descaro de ir a por ella, n temerla. Siempre me preguntaron sobre la presión... A mí encanta, bendita presión. Éramos un equipo insolente para la aristocracia.

-Por Youtube se pueden ver vídeos de su paseíllo, entrevistado desde su coche hasta entrar en Ciudad Jardín.

-Recuerdo a Eduardo Barrero, por entonces en la Cadena SER, en la puerta de mi casa esperándome para entrar en la radio camino al pabellón. Aquello fue una locura para todos, para la ciudad.

-¿Cómo gestionaron aquello?

-¿Cómo procesas algo que tú no has vivido y no se ha vivido? No podía ir a un libro de texto ni a nadie que me guiara para comprender mejor lo que sucedía. Me pasó cuando dirigí a la vez seleccionador y entrenador del Madrid. Nadie me lo explicó y me estrellé (risas). Siempre eché de menos tener una guía, que alguien me sentara y dijera por aquí o por allí. No procesaba aquello. En el mercado las señoras mayores me preguntaban. Todos éramos jóvenes. Habíamos jugado un play off, ascendido con Maristas, con un equipo de colegio... Pero esto rebasó todo, todo. Es muy difícil de procesar. No éramos cómodos.

-Se hablaba de aquel equipo como una familia.

-Eran jóvenes, no estaban casados, no tenían hijos... Eso une. Quedaban a menudo. Se pegaban sus fiestas. Yo decía '¿Este es monje? Este no me lo traigas, no me fío de él'. Era gente normal, pero que sabía la exigencia que yo pedía era máxima.

-¿Tenía alguna debilidad en aquel equipo?

-Siempre la tuve por aquellos que tuvieron la capacidad de superarse, de ir más allá de sus cualidades. Los que tenían características físicas y técnicas que no explotaron no me merecían tanto respeto baloncestístico.

-Aquí sentado en Ciudad Jardín, ¿Cómo se recuerda 20 años atrás?

-Me acuerdo de que detrás de aquella gloria hubo mucho esfuerzo, mucho talento, exigencia y lágrima, momentos bajos. El gran logro nació de sacrificio. El momento del disfrute lo supera, pero lo otro no puedes olvidarlo. Nace de la exigencia y el esfuerzo. En unos sitios lo conseguí y en otros no, pero esa es la vida de un entrenador. Recuerdo la crudeza de un vestuario, son momentos de muchísima tensión. Cuando has trabajado tanto temes no plasmar todo el esfuerzo.

-¿Qué vio en el vestuario tras aquel cuarto partido?

-Un vestuario triste, consciente de la oportunidad perdida. Yo estaba como una moto y decía que "el quinto lo ganamos, vamos a Barcelona a ganar". Muchas veces me preguntan qué hubiera pasado si entra el triple... Aquello fue un título, una conquista. El tamaño del trofeo hubiera cambiado, no otra cosa. En el quinto íbamos ganando al descanso pero a falta de seis minutos nos caímos, no pudimos más.

-¿Cómo montó el puzle de aquel equipo?

-Armar un equipo no es fácil. Trabajar en equipo no es nada sencillo. Lo expliqué a empresario y directivos. Normalmente se funciona por inercia, porque hay que estar. Inercia es una palabra maldita, delata que no sientes, que lo haces todo mecánico. Este equipo funcionó como uno. Otras veces no lo he conseguido. Aquel Unicaja del 95 se conocía perfectamente, se respetaba, su rol y el del otro. Todos quieren jugar más. Pero los egos hay que gestionarlos. Seremos mejores como equipo que por el otro. Es una gestión del talento permanente.

-Ciudad Jardín hervía, pero ¿qué recuerda de la calle?

-La gente estaba en la calle desde cuartos de final. Fue un proceso lento, que se padaleó. Tras ganar a Estudiantes y Manresa en cuartos y semis estaba todo desbordado. La gente descubrió en nosotros un equipo que no estaba llamado a estar ahí y un equipo de casa, que transmite y que valora más. La playa, el sol, pescaíto... No había muchos más motivos de orgullo en Málaga. La Málaga del 95 no es la de 2015. La gente se agarró al equipo, lo cogió como una bandera reivindicativa, del orgullo de algo propio. No se hablaba de otra cosa. Se decía que era porque el fútbol no estaba... Esto eran palabras mayores. La gente lo hizo suyo, se transmitió fuera de Málaga y todo el país estaba pendiente. La gente se tiró a la calle. Se pusieron pantallas en muchos lugares de la ciudad. La gente nos pedía autógrafos y fotos, eso era inconcebible para nosotros. Y nadie nos enseñó cómo se procesaba todo aquello.

-¿Aquel listón acabó pesando?

-Es lógico, aquello fue especial.

-¿Se entendió?

-Ahora sé explicarlo. No al 100% de éxito pero sí podría marcar unas líneas, pero entonces... Al año siguiente pasó por aquí el CSKA de Moscú y le ganamos, con el Olympiacos perdimos en la prórroga. En la previa le ganamos a un equipo croata, el Zrinjevac, con Ricardo Guillén debutando. Nos mantuvimos primeros o segundos toda la temporada siguiente aun jugando en Euroliga. Babkov se nos lesionó y caímos en los cuartos de final. Cuando desayunamos caviar la tostada cuesta más. Éramos un equipo atractivo para los grandes. El Barça se llevó a Manel Bosch y quería a Nacho, otro interesaba por allí... ¿Qué modelo queríamos? En aquella época no se sabía...

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