Crítica de Cine

Entre Bertolucci y Coelho

Entre Bertolucci y Coelho

Entre Bertolucci y Coelho

Que Luca Guadagnino viene de los mundos de la moda y la publicidad de marcas de lujo se nota prácticamente en cada plano de cada una de sus películas. Que como director parece interesado por Visconti, Antonioni y sobre todo Bertolucci, también. No posee la elegancia inteligente del primero ni la inteligencia analítica del segundo, pero sí algo de la pedantería, infatuación, impostura, formalismo vacuo y trasgresión de salón del tercero. No en vano le ha dedicado el documental hagiográfico Bertolucci on Bertolucci. Su única película que encuentro interesante es Yo soy el amor, ambientada viscontianamente en los lujosos salones de la alta burguesía milanesa que, cómo no, arrastran vidas tan vacías como los burgueses de las películas de Antonioni. Nada que ver con El Gatopardo o La noche, desde luego. Pero el decaído cine italiano aguarda como el centinela a la aurora (digámoslo así ya que los protagonistas de Call Me by Your Name son judíos) el renacimiento de otra edad de oro como la protagonizada por las tres generaciones realistas que se sucedieron a partir de 1945, naciendo con Roma città aperta y extinguiéndose en 1983 con E la nave va, y celebra cualquier atisbo de originalidad o talento como el despuntar de un nuevo día. Por eso celebraron, y con ellos una parte de la crítica internacional, como interesantes brotes pos bertoluccianos los trullos superficiales y estilosos del peor Guadagnino: Melissa P y Cegados por el sol.

Ahora los italianos y la mayoría de los críticos de todo el mundo y de los festivales que la han cargado de premios celebran como una gran obra esta película, tal vez la más bertolucciana de las suyas en sus defectos y sin ninguno de los pocos aciertos que don Bernardo tuvo, es decir, en la línea de las olvidables (y creo que justamente olvidadas) La luna, El cielo protector, Belleza robada o Soñadores.

He aquí una familia acomodada e intelectual -el papá es un catedrático estudioso del mundo clásico, la mamá lee el Heptamerón en alemán- pasando el verano en su casona de campo del hermoso norte de Italia. A ella acude un atractivo, culto, seductor e inteligente discípulo (que tiene un aire un poco a lo Patricia Highsmith sin crimen de por medio) con el que el sensible y artista hijo adolescente de su mentor tendrá una apasionada historia de amor. Todo con mucho sol, rumor de hojas, fruta usada con imaginación, baños, roce de pieles con carne de gallina, paisajes encantadores y hermosas ciudades monumentales. No sorprende que se trate del aggiornamento de un guión de James Ivory basado en una novela de André Aciman.

Ni un solo minuto de su largo metraje, algo más de dos horas, y ni uno solo de los placeres, dolores o ideas de sus personajes me ha interesado. Y no interesándome los personajes, que encuentro huecos y falsos, tampoco lo han hecho los alabados trabajos de sus intérpretes, sobre todo el del joven Timothée Chalamet, catapultado al Olimpo con esta película y Lady Bird tras haberse dado a conocer en la serie Homeland, e intérprete del próximo y boicoteado Allen Un día de lluvia en Nueva York (Chalamet -que paradójicamente aquí interpreta a un adolescente que tiene relaciones sexuales con un hombre que le dobla la edad- se ha sumado a la campaña anti Allen donando lo cobrado por interpretar la película a instituciones anti acoso y LGBT). Puede que como sus compañeros de reparto (sobre todo Michael Stuhlbarg, que culmina su impecable filmografía participando en tres candidatas a muchos Oscar: esta película, Los archivos del Pentágono y La forma del agua) Chalamet sea un buen actor con un gran futuro dada su juventud. Pero si así fuera el guión que le mueve y el personaje que interpreta lo convierten en un Stradivarius tocando una canción de Laura Pausini. Especialmente en el cursilísimo final precedido por la conversación, puro recetario Paulo Coelho, con el padre.

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