Crítica 'Maps to the Stars'

Fuego, camina conmigo

Maps to the Stars. Comedia dramática, EEUU-Canadá, 2014, 105 min. Dirección: David Cronenberg. Guión: Bruce Wagner. Intérpretes: Mia Wasikowska, Evan Bird, Julianne Moore, John Cusack, Robert Pattinson. 

El cine de Cronenberg ha mutado de piel, ahora parece más limpio, sobrio y transparente, menos deudor del género, pero sigue llevando el mismo veneno de siempre en su sangre, un veneno más turbio y sin antídoto, un veneno letal.

Como bien apunta el colega Santiago Gallego en su espléndido texto sobre el filme (en su blog El kinetoscopio digital), la vigesimoprimera película del cineasta canadiense otrora padre de la Nueva Carne, no es, aunque lo parezca, una mera sátira sobre Hollywood y su esquizofrenia, aunque haya algo del Lynch de Mulholland Drive o Inland Empire, también de la Sofia Coppola de The bling ring, en su retrato despiadado del mundo de las estrellas desesperadas, los falsos profetas de la felicidad y las jóvenes promesas criadas en la frivolidad mundana, las franquicias-basura y el margen de beneficios.

Sobrevolada por el eco de un revelador poema de Paul Eluard, Maps to the Stars es, en realidad, una película de fantasmas y apariciones, una gran broma macabra a costa del mundo del cine instalada en las entrañas de una descomposición familiar y la venganza de los vástagos malditos, una vuelta de tuerca al viejo asunto edípico que se regenera entre días de luz del Pacífico y noches azules habitadas por los espectros del subconsciente.

Estos cachorros explotados y abandonados, "niños mutantes" como los llama Gallego, hermanos del amor incestuoso unidos por el fuego eterno, se disponen a cumplir su limpieza a falta de perdón o redención alguna, una depuración que los sitúe, de nuevo, en el punto de partida, contemplando el polvo de las estrellas.

Maps to the stars puede verse así como el relato grotesco y excesivo de una vieja cuita en el marco de falsedad e hipocresía del nuevo Hollywood, ese teatro de piscinas, gimnasios privados y desesperación por arrancarle una nueva vida a la inmortalidad. Pero es más bien, decíamos, una historia de fantasmas heridos que regresan al lugar del crimen, la crónica planificada con escalpelo de un mundo convertido en espejismo siniestro, un viaje alucinado y sin concesiones a las entrañas de la genética, los secretos y la mentira como enfermedades contagiosas e incurables.

El portentoso Evan Bird y la infalible Mia Wasikowska atraviesan el filme como dos auténticos cometas refulgentes en su hermandad psicótica. A su lado, John Cusack parece prestarse a la broma que Cronenberg le juega con su aspecto decrépito, y Julianne Moore hace un mismo y destacado trabajo de autoparodia histriónica que merece los premios que se ha llevado por la televisiva Siempre Alice.

No es difícil imaginar por qué esta película no ha ido más lejos de lo que ha ido casi a un año vista de su paso por Cannes. Hay demasiado vitriolo del bueno, demasiado fuego de fusión fría como pare acercarse a ella sin quemarse.

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